LA MUCHACHA PRECOZ

La decente abuela comenzó por propinar un par de bofetadas a la pequeña desvergonzada. Luego, – mientras la chiquilla derramaba cálidas lágrimas, roja como una amapola y con las manos cubriendo sus ojos, – le dedicó una muy notable filípica. «¡Era verdad!¡Así que la niña tenía un amante! Lo confesaba, se atrevía a confesarlo. Un amante. ¡A los dieciséis años! Con su aspecto de mosquita muerta, con sus ojos todavía avergonzados, – sin duda la habría acogido el buen Dios sin confesión,– ella había llegado a tal punto de desenfreno y cinismo. Hubiera parecido que no tenía en la cabeza otra cosa que su muñeca o su bebé japonés; ¡ah!, la muñeca que agradaba a la señorita era un hombre. ¡Qué vergüenza! Se la debería tragar la tierra. ¿Cómo era posible que ella, que no había recibido más que buenos principios y que había tenido en su familia el ejemplo de todas las virtudes, hubiese cometido una falta tan espantosa? No había otra explicación más que hubiese tenido el diablo en el cuerpo.» Pero lo que sobre todo exasperaba a la decente abuela, era que Louisette había logrado engañar la vigilancia que sobre ella se ejercía.
– ¡Por supuesto puedo decir que te he cuidado bien, noche y día! Desde hace tres años que estás aquí, jamás has salido sola excepto dos veces; la primera, hace ocho días –¡durante cinco minutos!– para comprar hilo y agujas; la segunda, anteayer,–¡durante una hora!– para ir a ver a tu tía en los Batignolles, que está enferma. ¡Te ha bastado una hora para convertirte en una perdida! Las más disolutas esperan a que se le haga la corte, resisten un mes, seis meses, un año. ¡Tú, tú tenías mucha prisa! ¡Ah! tunanta, en una hora, tú has...
Pero la chiquilla, que lloraba cada vez más, dijo:
– ¡No, abuela, no, usted se equivoca, no fue esta vez, fue la otra!

Traducción de José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes