NOCHE DE TORMENTA

Esa noche, a pesar del furioso tumulto del viento que golpeaba los muros, hacía chirriar las veletas y gemía en los corredores, mi amiga dormía. Yo no dormía, – no dormía porque pensaba en la desesperación que me invadía a causa de sus mentiras y sus traiciones. ¡Me levanté! Aprovechándome de su sueño, tomé en el pecho de mi amiga su corazón, y puse ese corazón que me había traicionado en la repisa de la chimenea, en una copa de cerámica china muy ligera y frágil. Luego tomé en la frente de mi amiga sus pensamientos y puse esos pensamientos que se habían alejado de mí, en una taza japonesa, tan frágil y delicada que el aliento de un pájaro la hubiese volcado. Luego tomé sobre sus labios y sus brazos, los falsos besos y las falsas caricias con las que ella me había hechizado, con las que me había decepcionado, y todo eso lo puse en un cáliz de cristal de bohemia, tan poco resistente que se hubiese roto bajo el contacto del dedo de un niño. A continuación abrí la ventana de par en par, la tormenta se introdujo en la habitación, saqueando, rompiendo, dispersando, llevándose la copa, la taza y el cáliz con todo lo que yo había puesto en su interior. ¡Y yo reía y estaba alegre! porque ya nada existía de lo que le había servido para ser infiel e hipócrita, porque ya no tendría nada con lo que desesperarme. Pero despertó, abrió los ojos y su mirada, – que yo había olvidado tomar, – era tan pura y tan hermosa, y se me inflamó el alma de tan deliciosa maravilla, que salté por la ventana y corrí entre las ráfagas nocturnas para que me devolviesen su corazón mentiroso, su inconstante pensamiento, sus besos y sus caricias.

Traducción de José M. Ramos
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