LOS OTROS
I
¿Y los otros? –
dice Harpagón.
Pues, en la demencia casi sublime de su codicia, cree firmemente que La Flecha
tiene una tercera mano, y una cuarta, y una quinta, y muchas más; cree que allí
encontrará el dinero que le han sustraído, que le deben, ¡que quiere! El público
ríe al escuchar estas palabras del Avaro, pero el poeta se entristece de él; por
otra parte, él considerando también las misteriosas manos, que distribuyen los
goces humanos, grandes y abiertas, exclama desesperadamente: «¿y los otros?» Es
en vano que reciba, sin equivocarse ni en un rayo ni en una sonrisa, todo lo que
pueda serle concedido: no quiere convencerse de que su providencial lote se
limita a eso; por desgracia todo es tan poco...
II
Ayer, sentado a
su lado entre las persianas de la ventana abierta, admiraba a Carolina Fontèje,
esa ilustre joven que en pocos años nos ha dado tantas nobles novelas y
perfectos poemas.
Yo permanecía callado; ella miraba el mar.
–A algunas leguas – dijo en voz baja (habiéndome olvidado, sin duda), a algunas
leguas, menos que un paso de Ogro, después del muro del horizonte, está lo que
se denomina el infinito...
Tenía una temblorosa lágrima en las pestañas de sus párpados; no la retuvo, la
dejó caer sobre su mano pálida al lado del diamante del anillo.
–¡Cómo! – exclamé yo – ¿lloráis como las otras mujeres? ¿Vos que sois grande
entre las más grandes; que todos los triunfos os sobrevienen, que todos los
orgullos os son permitidos; semejante a una Inmortal que caminase sobre la
tierra, vos que pasáis por la vida entre el murmullo extasiado de genuflexiones,
y sin embargo padecéis, como nosotros, de melancolía?
–¿Qué decís de orgullo? – dijo ella volviendo la cabeza. Ningún triunfo vale más
que un beso.
–¿Acaso no sois la más grande enamorada al mismo tiempo que la gran poetisa? El
divino azar, a fin de que no os parecieseis a ninguna otra, os ha dado la
belleza suprema junto con el supremo genio y, burlándose de los avaros pudores,
no habéis economizado más vuestro cuerpo que vuestra alma; bella, vos amáis como
cantáis, inspirada; las delicias de vuestros labios no tienen nada que envidiar
a las glorias de vuestra mente.
Ella sonrió con tristeza, con la mirada siempre fija en el horizonte de olas.
III
Yo continué
hablando cerca de su oído:
–Puesto que habéis contado vuestra vida en vuestras novelas y abierto vuestro
corazón en vuestros poemas, ¡no se ignora nada de vos, señora! Siendo muy joven
habéis sido la ingenua amiga de un hombre puro como vos; en el «verde paraíso de
los amores infantiles,» habéis cogido juntos, en todos los arbustos, las flores
apenas nacidas; hay, en una comarca de Provenza, bajo unos sauces, un riachuelo
que se acuerda del día en el que metistéis vuestros pies descalzaos en su agua,
vuestros frágiles pies desnudos que él cubrió de temblorosas caricias. Luego,
demasiado dulce para la vida, murió, transportando bajo sus párpados cerrados el
recuerdo de vuestras miradas como un presentimiento del cielo, y sin que nunca
ninguna otra boca hubiese mancillado sobre sus labios la inocencia de los
vuestros.
–Primeros besos, primeras lágrimas, primaveras de la aurora y rocío de la mañana
– dijo ella, rememorando.
– Jacques Fontèje os amó y vos os convertisteis en su esposa. Fue el decente y
apacible himeneo con sus deberes y sus recompensas. Aquellos que os conocieron
en esa época recuerdan una joven mujer sin adornos, sencilla, activa, poco
habladora, con el rostro serio, con el sereno aspecto que da la resignación en
la felicidad; y por la tarde, hacíais el té, contenta, como en una novela de
Dickens, o bordabais junto a la mesa, bajo la tulipa de la lámpara hasta el
momento en el que el reloj de péndulo daba la hora acostumbrada de la tarea
recogida en su cesta y del sueño sin sueños en el lecho conyugal.
–Besos fríos de fieles labios, flores de lis sin perfume – dijo ella.
–¡Luego la necesidad apasionada de vivir os sacudió, os transportó! Habéis sido
la que entrega la alegría deseando la alegría a cambio, la cortesana que hace
pagar con amor. Con una impudicia sagrada, – pues no podéis dejar de ser diosa,
– os entregasteis, pronto desnuda, a todos aquellos que por su juventud o por su
belleza, por su genio o gloria, os encantaron u os asombraron; y ese
desgarramiento de velo los deslumbró con nuevas estrellas. Habéis conocido los
caprichos que llegan una noche y mueren riendo, las encarnizadas pasiones que no
quieren ser arrancadas del corazón y juran que la muerte es el único día
siguiente posible a la embriaguez. Nada de lo que es el amor os ha sido ajeno.
Unos hombres recuerdan vuestras locas alegrías y otros vuestras celosas
lágrimas, algunos de vuestros rubores, reminiscencias del infantil paraíso
perdido. ¡Os ha gustado ser soberbia! y, ofreciéndoos por recompensa, habéis
convertido a cobardes en héroes; ¡os ha gustado ser terrible!, y, cambiándolas
por bajezas, habéis transformado en vergüenzas las más seguras probidades.
¡Habéis ilustrado o deshonrado, pero siempre embriagado! Puerta de templo y
puerta de prisión, os hacían falta unos dioses y unos presidiarios. Ojos de
mujeres también se han mojado a causa de vos, ¡oh, adorable criminal que buscáis
placeres más amargamente dulces en la cama usurpada a esposas anegadas en
llanto!
–Besos numerosos, besos furiosos, matas de flores ardientes – dijo ella.
Pero se había levantado y caminaba a través de la habitación, hablando con su
hermosa voz sonora.
IV
Decía:
– ¡Vos no lo sabéis todo! Una parte de mi vida que yo he ocultado se os escapa.
No he escrito todas mis verdaderas novelas, no he cantado todos mis amores.
¿Quién pues me sigue, quien pues me espía tan obstinadamente para conocer todos
mis derroteros? Me he abierto camino por rutas misteriosas que conducen a donde
nadie se atrevería a reunirse conmigo. He exigido a mi misma, como a los demás,
vergüenzas. ¡Ah! ¿vos pensáis realmente que me ha bastado experimentar los goces
ordinarios, decentes o culpables? ¿Qué me he contentado con francas ternuras y
con las tentadoras angustias del adulterio? Eso es juzgar bien prudente la sed
de infinito que me devora. Infinito por exceso, o infinito por defecto, poco
importa. Retrasar los límites de lo posible es por lo que vale la pena vivir.
¿Terrible, habéis dicho? Yo soy peor o mejor que eso: infame. ¡Sí, me gusta
confesarlo! Cansada de todo lo que es fácil, incluso del mal, ¡tan cómodo por
desgracia! busqué y encontré delicias aún desconocidas. ¡ah! sin duda, lejos del
día, de los bellos sueños y de las sonrisas. Pero hay expansiones que no tienen
necesidad de sol, y en el misterio de la sombra donde recogí las perversas
flores, más exquisitas por ser venenosas, hay irresistibles olores que os
embriagan y os vencen. ¡No tratéis de comprender! Tengo piedad, habiendo imitado
por juego, de esas pobres mujeres atormentadas a quién el demonio de las
lujurias nocturnas aconseja aventuras de encrucijadas, o que, llenas de horror
por si mismas, – ¡por tan poco, pobres niñas! – se arrodillan ante la cama de
vírgenes asombradas, ante la cama de vírgenes que nos echan los brazos al cuello
murmurando un nombre de novio. ¡No tratéis de comprender, os digo! Vuestro
infierno no es como la sombra de vuestro paraíso, y se parece como se parece a
una rosa su reflejo en un espejo negro. He descubierto, o he creído descubrir un
infierno tan raro, tan lleno de incomparables y deliciosos suplicios, tan
diferente de todos vuestros éxtasis y de todas vuestras torturas, que no podéis
siquiera concebirlo en vuestra imaginación. Y yo soy allí la única condenada...
V
Un poco
espantado, respondí sin embargo:
–En ese caso, ¿por qué las lágrimas en vuestras pestañas? Puesto que el amor es
la borrachera perfecta, y que vos habéis conocido todos los besos, incluso los
más divinos, incluso los más horrorosos, ¿por que esta tristeza y ese lamento,
señora?
Ella se acercó, se volvió a sentar, y continúo mirando el mar.
–Sí, he conocido todos los besos... Pero – añadió con una mirada que detestaba
el horizonte demasiado próximo, – ¡no conozco los otros!
Traducción de
José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes |