PELIGRO PARA TODOS

Todo el mundo recibió o va a recibir esta circular:

AGENCIA CARIBERT, PESTEL & Cia
Plaza Vendôme, 26

VENTA Y ALQUILER

DE

PELIGROS

Pagos semanales, mensuales o anuales.

(Se recogen los peligros que han dejado de asustar.)

Estimado Sr.:

Tenemos la intención de proclamar una nueva verdad diciendo que el amor al peligro fue, y no ha dejado de serlo por completo, propio de nuestra raza. Todo francés, realmente digno de ese nombre, todavía salta de alegría con la idea de exponer su vida por una buena causa, o incluso por una mala, como un caballo al primer toque de clarín, según la afortunada onomatopeya del poeta Ennius. Pero, en los tiempos que corren, donde se refina hasta el límite la sutilidad de las almas, este sentimiento se complica, sin duda alguna, con otro sentimiento más nuevo que tiende tal vez a sustituirlo y que se podría denominar: el Deseo del Miedo. ¿Qué más prueba queremos que el favor del que gozan, por parte de las damas e incluso también por los caballeros, los escritores que, mediante lo misteriosamente hábil, sigiloso, insinuante de un relato, logrando provocar el cosquilleo de un escalofrío?; y por las noches, en el campo, con los pies en los morillos, bajo la tulipa de la lámpara a medio gas, no hay nada más placentero que una historia de espectros, mientras que al otro lado del cristal de la ventana cerrada, el viento ululante se desliza como un sudario. Para hablar de un modo más general, solo es el Miedo lo que puede enérgica y agradablemente al mismo tiempo, sacudirnos la inercia y el tedio de nuestras existencias, que una larga costumbre a las alegrías y dolores comunes – amor, riqueza, felicidad familiar, traiciones, miseria, muerte de parientes queridos – acaba por deshabituarnos a la emoción; y los dolores y alegrías que, por un carácter de excepcionalidad o exceso, podrían interesarnos realmente, son tan poco frecuentes en la cotidianidad de la vida que no sabrían tenerse en cuenta. Por el contrario el Peligro, naturalmente aquél que nos amenaza a nosotros – pues el que corren los demás no merece más que nuestra indiferencia, – el Peligro, incluso siendo mediocre, basta para distraernos de la banalidad de vivir, y, si es formidable, ¡nos hace amar la vida por el temor a perderla! El Miedo, en una palabra, es el único remedio eficaz contra la apatía universal.
De ahí, sin duda, incluso en las almas menos temerarias, las más burguesas, surge la inconfesable pero muy real esperanza de alteraciones sociales y tiránicas revanchas. De ahí surgen, – por no hablar de política,– las manos sobre las mesas que tal vez girarán, que escribirán, que hablarán, de donde se levantarán otras manos, sobrenaturales, ¡espantosas! de ahí surgen esos viajes de jóvenes hombres hacia tierras salvajes, inciertas, misteriosas, hacia la terrorífica aparición, de repente, de innumerable negros agitando sus lanzas. ¿Y quién sabe si la mayoría de los crímenes no tienen por inconsciente pero principal móvil, la necesidad de temer más de cerca el cadalso?
Pero las personas, incluso las más crédulas, no tiemblan a causa de dedos fosforescentes en la oscuridad que son los dedos del médium, o de la aparición de un ramo de violetas que estaba en el bolsillo del médium; no todo el mundo tiene la posibilidad ni el dinero para viajar al centro de África; a algunas personas escrupulosas les repugna asesinar a un pariente cercano, o incluso a un desconocido, aunque sea para vislumbrar la angustia de una lívida mañana en la plaza de la Roquette. Es cierto que hay accidentes de coche, choques de trenes, chimeneas que caen bajo el viento de una tempestad, explosiones de bombas, pero no se puede contar razonablemente con la reiteración numerosa y segura de estos acontecimientos; y nos vemos obligados a confesar que non pueden ocurrir para todo el mundo.
Así pues, al hombre moderno le faltan las ocasiones del Miedo, del Miedo que rompe la monotonía de la existencia, del Miedo que produce el delicioso estremecimiento, del Miedo que le es necesario, que él exige.
La agencia Caribert, Pestel y Cia (sede principal en la plaza Vendôme, 26, en Paris, con sucursales en Nueva York, Filadelfia, Londres, Berlin, Bruselas, y corresponsales en todas las principales ciudades del mundo) viene a llenar este vacío.
A precios moderados, a precios que, creemos, no pueden asustar más que a las más modestas economías, – además, este pequeño susto es un adelanto apreciable y lo damos gratis, – a unos precios que esperamos poder bajar todavía, ofrecemos al público, bien en venta o en alquiler, Peligros de todo tipo; entendiendo por la palabra venta que el Peligro adquirido por una persona estará reservado a ella sola, que únicamente ella podrá a partir de ese momento conocer el Miedo, y, por el término alquiler que, al contrario, nosotros volveremos a disponer libremente, luego de un determinado tiempo, del Peligro, que no fue, por así decirlo, más que prestado.
Como hay dos tipos de peligros, el sobrenatural y el natural, la agencia se divide en dos grandes secciones, completamente diferenciadas, cuyos responsables son el Sr. Caribert de una y el Sr. Pestel de la otra.
No creemos ir más allá de la verdad afirmando que el Sr. Caribert es el más eminente de los especialistas en lo que concierne a los terrores fantásticos. Todo el mundo sabe que se ha preparado a la perfección para la misión que debe cumplir mediante las más pacientes lecturas, y también con largos estudios experimentales. Ha aprendido el espanto de los desconocido en los antiguos libros de magia, y también en las obras de los Cazotte, de los Hoffmann, de los Edgar Poe, de los Villiers de L’Isle Adam, ha pasado muchas horas de espera en las encrucijadas descritas, – según la afortunada expresión de Eliphas Lévy, – en los cementerios lívidos de misteriosa luna, en las ruinas de casas encantadas, acechando, precedidas de fuegos fatuos que huyen, a las brujas que van al Sabbat, a las altas formas blancas que se levantan de las tumbas, y a los conciliábulos susurrantes de los espectros entre viejas piedras. Puede decirse que a partir de ahora, ayudándose de pequeños decorados fúnebres, fácilmente transportables, y con un personal muy experto, elegido en su mayoría entre sepultureros y antiguos empleados de Pompas Fúnebres, – personas completamente adecuadas para dar una pincelada de naturalismo (pues hay que ser moderno) a lo sobrenatural, – está en disposición de servir todos los pedidos de una clientela que, pensamos, estará compuesta sobre todo de jóvenes damas adictas a la morfina, de viudas o madres melancólicas que lloran a un esposo o a un hijo, y cabalistas casi alcohólicos. Recomienda las apariciones que, dos a dos, añaden al terror espectral un poco de sadismo de ultratumba, las lejanas resurrecciones de seres amados entre un ruido de cadenas para el que no hay igual, y a los gestos póstumos del Apolonio de Thyane evocado, a quien falta el pie izquierdo, según la opinión de los más célebres autores. Agreguemos que el Sr. Caribet se encuentra continuamente a disposición de los clientes y clientas; fuese a medianoche o a las dos de la madrugada, basta una llamada por teléfono para que, ni pasados cuarenta minutos, una persona, despertada de inmediato, experimente el delicioso espanto de algún fantasma tumbado en la cama, a lo largo de ella, mientras que de las cuatro paredes de la habitación salen risas infernales. Por un pequeño suplemento, se obtiene la música de una orquesta invisible que generalmente interpreta un misterioso vals de Chopin; si se exige puede ser de Wagner, es más caro a causa de las dificultades de la ejecución.
En cuanto al Sr. Pestel, su especialidad, ya lo hemos dicho, es el de los peligros materiales. Tiene a disposición de las señoras y los caballeros que depositen su confianza en él, silbidos lejanos, luego más cercanos, a la hora en la que después del teatro se regresa a casa por calles desiertas, unas putas que amenazan si no se les da limosna o si no se les sigue, ataques nocturnos, ruidos de merodeadores, por la noche, en el umbral de la puerta de entrada, unos pasos a través de la habitación de personas agachadas, furtivas, que llevan algo bajo el brazo, o, únicamente, un movimiento de alguien escondido bajo la cama. Gracias a unos contratos con un gran número de vendedores ambulantes y con la mayoría de los cocheros de fiacres, se puede poner a la venta o en alquiler, los avalanchas contra una pared con patadas en el vientre, ruedas de coches que pasan rozando, – o se vuelcan, según el precio,– y generalmente, todo lo que puede hacer estremecer en lo cotidiano de la existencia. A las familias burguesas que, en el campo, se pasean en barca los domingos, se les ofrece el brusco hundimiento de las planchas de la barca, y, a aquellas que prefieren los espectáculos matinales en un circo o en un cafe concert, el grito: «¡Fuego! ¡fuego!» que provoca de repente las avalanchas contra las puertas cerradas y hacia las infranqueables paredes del rebaño enloquecido de espectadores. El Sr. Pestel estará próximamente en negociaciones con las autoridades municipales para tratar de complacer a quien quiera que algún caso de cólera asiática, fulminante, se produjese en sus ciudades; al respecto, y bajo la dirección de un médico especialista que ha estado en la Meca, durante las masivas peregrinaciones, unos gimnastas se ejercen todos los días, desde hace tres meses, en las más abominables dislocaciones; dentro de poco serán capaces de dar la perfecta ilusión de los horrorosos efectos del cólera. Mientras esperamos podemos indicar una muy interesante innovación del Sr. Pestel. Todo el mundo sabe por experiencia lo aburridas que son, hacia el sexto mes, las citas en los apartamentos de soltero o en las habitaciones de hotel: gracias al Sr. Pestel, ya no más tedios en los picaderos tomados por costumbre, pues él golpea en la puerta violentamente gritando «¡abran en nombre de la ley!», ¡presentándose como comisario de policía!
Todo lo que acabamos de decir no podrá darnos más que una ligera e incompleta idea de los medios que empleamos para procurar a nuestra clientela el Placer del Miedo. Afirmamos que no hay ocasión de temer que no podamos poner en venta o alquiler; y nuestro surtido se corresponde con todo lo que se pueda desear.
Prevemos una objeción: alguien nos preguntará: ¿Cómo se puede experimentar realmente la inquietud de un peligro que se sabe ficticio, artificial, y del que uno mismo ha discutido su precio y arreglado los detalles?
Aquellos que hablan de ese modo no saben lo que dicen.
Sin ni siquiera hacer alusión a la satisfacción por el orgullo que se puede experimentar saliendo victorioso, ante un cierto número de personas, de una aventura cuya superchería ignoran, responderemos que, entre la mayoría de nuestros contemporáneos, la cobardía es al menos igual al Deseo del Miedo; y esta cobardía, de repente, asusta hasta tal punto, si las circunstancias que deben provocar el miedo están hábilmente preparadas, con algunas variantes imprevistas, – ese es el deber de nuestra industria, – que uno olvida casi totalmente el mercado al que se debe. Las familias burguesas, cuando se grita: «¡Fuego!» en la sala llena, son las primeras en abalanzarse y ahogarse en una esquina de la pared; el amante dice: «Si fuese el auténtico comisario, sería igual»; el paseante que pasa por la plaza de la Concordia, piensa, insultando al cochero: «¡Caramba! si mi hubiese atropellado de verdad!» y tenemos el ejemplo de un muy serio gentleman, que, habiendo deseado que se hiciese el simulacro de arrojarlo al Támesis desde lo alto de un puente, estranguló a tres de nuestros hombres, por miedo a ser realmente arrojado.
Por lo demás, entre la numerosa correspondencia que cada día nos agradece haber satisfecho una de las más urgentes necesidades del alma humana, elegiremos dos cartas cuya naturaleza han de convencer a los más incrédulos. Tenemos a disposición del público los originales de estas cartas cuyas firmas han sido legalizadas por los alcaldes y los comisarios de policía.
Primera carta: relacionada con la especialidad del Sr. Caribert.
 

Señores Caribert, Pestel y Cia.
Directores de la agencia de venta y alquiler de Peligros, Plaza Vendôme, 26. París.

Castillo de Blessival, por Fleuriot (Eure)
12 de mayo de 1895.

Señores,

Me place unir mi testimonio a tantos otros que militan a favor de la empresa que ustedes han inaugurado. Mi abuela, la marquesa de Blessival, de sesenta y cinco años, y que, desde hacía mucho tiempo, se dedicaba a las prácticas del espiritismo, no había obtenido más que resultados más o menos negativos, habiendo escuchado habar de su Agencia, les escribí a fin de que le diesen el gusto de ver pasear sobre la terraza de nuestro castillo a dos fantasmas, uno del marqués y otro de la marquesa, vestidos como con traje de época. Ustedes consintieron, con un desinterés casi completo al que me complace rendir homenaje, en proporcionarle esa diversión. Pero tal fue el realismo de sus espectros, seguidos de un pequeño paje que llevaba la cola del traje de la marquesa, que mi abuela cayó en sincope; desde ese instante no ha podido dejar su sofá, paralizada, azorada, y esperamos su muerte de un día a otro. Les escribo esta carta para que hagan de ella el uso que gusten y les ruego que crean en mi más sincera admiración.

RENÉE DE BLESSIVAL.

La otra carta concierne a la especialidad del Sr. Pestel:

Señores Caribert, Pestel y Cia.
Directores de la agencia de venta y alquiler de Peligros, Plaza Vendôme, 26. París.

Burdeos, 14 de mayo de 1895

Señores,

Me complace aportarles mi testimonio.
La pasada semana, mi marido y yo, cenamos juntos en un reservado del restaurante de Bayona. Aunque mi marido sea muy viejo, le gustan a veces esas pequeñas escapadas. Comiendo un plato de boletos, – esa especie de champiñones que como ustedes saben son una de las glorias de nuestra región, y , por mi parte, lamento no poder soportarla, – mi marido me contó que para asustarme un poco y para darse miedo a si mismo, se había dirigido a la agencia Caribert, Pestel y Cia. Un médico iba a entrar de repente en el reservado y gritar, con gestos apresurados y de espanto: «¡Desdichado caballero! no cama esos boletos, son venenosos! Me acaban de llamar demasiado tarde. Tres personas que ya los han comido esta mañana han muerto entre las más espantosas convulsiones!» Mi marido se reía con todas las ganas y yo también me partía de risa. Se abrió la puerta, un médico se precipitó gritando: «¡Desdichado caballero! no cama esos boletos, son venenosos! Se me acaba de llamar, demasiado tarde. Tres personas que ya los han comido han muerto!» Mi marido se cayó de su silla bajo la mesa, los camareros lo levantaron, se lo llevaron, y tres horas después sucumbía entre las más espantosas convulsiones.
Les escribo esta carta para que hagan ustedes de ella el uso que gusten.
Mi agradecimiento,

Viuda GAILLAC.

De este modo nadie podrá dudar de que, en efecto, capaces de alcanzar los efectos más definitivos, damos miedo, el delicioso miedo que se ha convertido en la única esperanza de las generaciones modernas; tenemos nuestros precios corrientes a disposición del público.
Manifestarles por último, señores, la mayor de nuestras consideraciones.

Traducción de José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes