SINGULARES EFECTOS DEL BESO

Durmiendo, una reía; la otra lloraba durmiendo. Ambas hermanas dormían en sus literas de muchachitas, una llorando y la otra riendo. La luz de la lamparilla, tamizada por las alas de los ángeles de la guarda, arrojaba sobre sus infantiles sueños una fina gasa de paraíso azul.
¿Por qué reía la mayor?
Porque, soñando, volvía a ver a un apuesto joven desconocido que había recogido, por la mañana, en el paseo, el pañuelo que ella había dejado caer sin hacerlo adrede, ¡oh! desde luego, sin hacerlo a propósito.
¿Por qué lloraba la menor?
Porque, soñando, volvía a ver a un joven caballero atrevido que, sin temor a despertar comentarios, el otro día, después de las vísperas, la había seguido por las calles hasta el domicilio familiar.
Ahora bien, los ángeles de la guarda de las hermanas dormidas se sintieron muy perplejos en su benignidad; uno a causa de la risa y el otro a causa de las lágrimas. Lo que ellos hubiesen querido era que durmiesen apaciblemente en sus camas virginales; y para calmarlas concibieron la misma idea. Se inclinaron hacia las niñas que les fueron confiadas y las besaron en la boca; éste con los labios, en sueños, del joven que había recogido el pañuelo, aquél con los labios, en sueños, del atrevido caballero que sigue a las señoritas después de las vísperas. Pero esta condescendencia no puso fin a la alteración de las muchachas. Solamente se produjo un cambio. La risueña lloró; lo llorosa se echó a reír. Pues nunca se debe contar con el beso para apaciguar los corazones de las vírgenes; y, si bien hace eclosionar la rosa de la alegría en la boca de aquellas que lo esperan llorando, es la mariposa negra de las melancolías lo que se posa en los labios de las que ríen esperándolo.

Traducción de José M. Ramos
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