LA TÓRTOLA RESUCITADA

Al crepúsculo vi desde mi ventana pasar a Jocelyne, Jocelyne que tiene dieciséis años, Jocelyne tan ingenua Jocelyne sobre el camino, anegada en lágrimas. ¡Ah! ¡qué bonitas eran sus lágrimas! ¿sus lágrimas? no, sus ojos. Al igual que el roció no forma perlas excepto cuando se deposita sobre hermosas flores.
–¡¡Eh! Jocelyne! – dije.
–¡Ay! ¡Ay! ¡señor!,– dijo ella.
–¿Por qué lloras tanto?
–Porque he perdido…
–¿Perdido?
–¡No! ¡no!
–¿Lo qué, Jocelyne?
–¡A mi tórtola, señor!
–¡Ah! sí, que era tan encantadora…
–¡En su jaula, al lado de mi ventana!
–Y que arrullaba tan tiernamente…
–A como desfallecía mi corazón de alegría.
–Ahora es de desesperación…
–¡Cómo desfallece, por desgracia! y, puesto que está muerta, voy…
–¿Vos vais, querida?
–A arrojarme en el río más cercano.
–¡No hagáis eso, por favor!
–¿Por qué no, decidme?
–Porque el río más próximo…
–¿No es bastante profundo…
–¡Sí! ¡sí!
–Para que allí se pueda morir?
–¡Sí! ¡sí!
–¿Y bien?
–Pero su lecho…
–Su lecho…
–Es de guijarros agudos.
–¿Es cierto?
–Que harían mucho daño…
–¡Ay!
–A vuestra piel tan fina…
–¡Ay! ¡ay!
–A todo vuestro frágil cuerpo…
–¡Ay! ¡ay! ¡ay!
–¡Como un tallo de ortigas!
–¿Dónde podré morir, Señor?
–Yo sé de otro lecho…
–¿De río?
–¡No! pero donde el tránsito…
–¿Es seguro?
–¡Y tanto! y…
–¿Y?...
–¡Mil veces más dulce!
–¡Bueno! ¿cuál es ese lecho, Señor?– preguntó ella.
–Ese lecho es el mío, Jocelyne!– respondí yo.
–¡Y bien! si allí se muere…
–¡No os quepa la menor duda!
–No veo ningún inconveniente…
–¡Cuánta razón tenéis!
–En arrojarme a él de inmediato.
–¡Venid pues, Jocelyne!
–¡Heme aquí, Señor!
–Dadme vuestra mano.
–Tomadla.
–Meted vuestro pie…
–¿Mi pie?
–Por el reborde…
–¿De la ventana?
–Y saltad.
–He saltado.
–Habéis llegado.
–¡Ah! esa blancura, al fondo…
–Con los encajes y la seda…
–¿Ese es vuestro lecho?
–Esa es vuestra tumba.
–¡Cómo me gusta!
–¡Qué bien estaremos allí!
–¡Nosotros!
–Sin duda.
–¿Vos y yo?
–Con toda seguridad.
–¡Cómo! ¿no podría yo?...
–¿Morir sola?
–Sí.
–No del todo. ¿Es que acaso en el lecho del río…?
–¿En el lecho del río?
–¿No habríais tenido con vos…?
–¿Lo qué?
–¡El agua!
–Es cierto. Pero, vos…
–¿Yo?
–¿Es que moriréis también?
–¡Ah! ¡os lo juro!
–¿Tanto os involucra mi pena?
–Sí.
–¡Cielos! ¡Qué bueno sois!
–Apresuraos pues, Jocelyne.
–¿A arrojarme al lecho, Señor?
–Exacto.
–Eso está hecho.
–¡Oh! se necesitan otras ceremonias.
–¿Cómo cuales?
–Este vestido…
–¿Lo he de quitar?
–Vos lo habéis dicho.
–¿Y este corsé?
–¡También!
–¿Y estas medias?
–¡También!
–Y esta…
–¡Sobre todo!
–¡Ah! ¡Señor!
–¿Qué ocurre, Jocelyne?
–Me parece…
–¿Os parece?
–Que estoy completamente desnuda.
–¿Es que hay que morir completamente desnuda?
–¡Es justo! Al menos…
–¿Al menos qué?
–¿Pasaré al otro lado sin demora?
–¡Al mismo instante!– exclamé yo.
–¡Ah!–dijo ella.
–¿Qué pasa pues?
–Vuestras manos… vuestros labios…
–Sí…
–Esos besos…esas caricias…
–Sí…
–¿Son indispensables para que yo muera…?
–¿Creéis acaso que en el lecho…
–¿Del río?
–El agua no os habría…
–¿No me habría qué?
–Acariciado, abrazado, atenazado y besado por todas partes?
–¡Es cierto! ¡es cierto! y, realmente…
–¿Realmente?
–Aquí me siento…
–¿Qué os sentís?
–Muerta.
–¿Muerta?
–¡Ah! tan muerta.
–¡Jocelyne!
–Pero, Señor…
–¿Qué?
–Esto es engañar.
–¿Engañar?
–Yo estaba muerta, ¡sea!
–¿Qué os había dicho yo?
–¡Pero ya lo no estoy!
–Todavía volveréis a morir aún.
–¿Para volver a renacer?
–Es que la diferencia entre mi lecho…
–¿Y el del río?
–Es que en el mío, la muerte se convierte pronto en una nueva vida.
–Pero, entonces…
–¿Entonces?
–Mi desesperación no tendrá fin…
–¿Desesperación?
–¡Por mi tórtola perdida!
–¡Eh! ¡no!
–¿No?
–Claro que no. Pues cada vez que muráis…
–¿Cada vez que yo muera?...
–¡El pajarillo resucitará!
–¿Ella resucitará?
–¡Sí! ¡en los deliciosos sollozos y en los divinos estertores de nuestros breves tránsitos! ¡Y, moribunda, deberíais tener el oído un poco duro para no haberla oído antes arrullar, arrullar más tiernamente de lo que nunca arrulló en la jaula, cerca de vuestra ventana!

Traducción de José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes