LOS TRES CAJONES

Con gesto decidido, – como una persona que a partir de este momento no fuese a cambiar de idea!,– la condesa Madéline señaló el mueble japonés de tres cajones, cuyas laca rosa y dorada temblaba a la luz de las lámparas, y, muy seriamente, la encantadora mujer dijo:
–¡Abrid uno de esos tres cajones! y tratad de elegir bien, Valentin, pues en cada uno de ellos, he escondido una respuesta al ruego que usted no cesa de hacerme desde hace seis meses. Si usted obtiene la respuesta dulce, – la que dice: ¡Sí! – consentiré de inmediato a vuestras solicitudes. ¡Pero temed encontrar una de las respuestas malas! ¡no ve volveríais a ver!
– Por desgracia – dijo él – tengo dos oportunidades contra una. ¿Qué cruel idea habéis tenido, alma mía?
– Si debo complaceros – dijo ella – al menos tendré el consuelo de poder acusar al azar de mi falta.

Él dudó mucho tiempo entre los tres cajones. Su temblorosa mano iba de uno a otro, no atreviéndose a tirar del pequeño pomo dorado; y su corazón se encogía ante el temor de una mala elección. Por fin se decidió, con los ojos cerrados, encomendándose a la divina misericordia de las providencias. ¡Oh, qué alegría, que infinita delicia! la respuesta – una hoja de papel rosa, rápidamente desplegado, – decía la adorable palabra: Sí.

¡Tomó a Madéline entre sus brazos ardientes y la llevó completamente turbada! Ahora no había ninguna posible resistencia, – a menos que se produjera una odiosa falta a la palabra dada. Y la condesa era una persona honesta que caracterizaba por hacer honor a sus compromisos. Ella se resignó. Estuvieron juntos hasta la hora en que por la mañana, los dedos apartan la muselina de las cortinas, cuando las queridas dulzuras del amor se apagan y siempre acaban avivándose.

Sin embargo Valentin no estaba enteramente satisfecho. Tras los éxtasis lo invadió no sé yo que melancolía, notándosele en las arrugas de la frente y en los ojos.
–¡Oh!,-- preguntó ella asombrada – ¿que te falta aún, y de qué te quejas, querido ingrato?
– Hay algo que me preocupa – dijo él.
– ¿A ti? ¿con respecto a mí? ¿Lo qué?
– Yo os debo al azar, no por vuestra voluntad.
Y permaneció pensativo.
Pero entonces ella, con una gran sonrisa dibujada en los labios, respondió:
– ¡Tonto! ¡Yo había puesto la misma respuesta en los tres cajones!

Traducción de José M. Ramos
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