EL VELO

Valentín le hablaba en susurros, casi arrodillado, en el coche, y Juliette, acurrucada bajo las pieles, friolera o perezosa, se apartaba, se encogía, inquieta por las manos que trataban de tomar las suyas, o más astutas, bajo el abrigo desabrochado, fingiendo no buscar, encuentran –inocencia hipócrita del azar – uno de los redondos botones de la blusa, de cornalina o de seda, que se desliza y, apenas rozado, sale tan rápido del ojal, sin que de tiempo siquiera a advertirlo. A través de su grueso velo y del cristal empañado por el vaho de los alientos, Juliette miraba con fijación la amplia línea de las fortificaciones que se alza, verdosa, como si la llanura tuviese joroba, mientras Valentin le preguntaba insistente, por qué ella no le ofrecía nada. Sin embargo, poco a poco ella se fue ablandando, la muy ladina, y, sin hacerse demasiado de rogar permitió que le diese un beso sobre uno de sus ojos. ¡Pero un solo beso sobre un solo ojo! y, además, con una firmeza inquebrantable, estipuló que le daría ese beso a través del velo. Él aceptó esa cruel condición, esperando tal vez las delicias cantadas por uno de los versos más encantadores de François Coppée1 . Entonces ella, resignada, cerró los ojos. ¿Qué podía temer? El grosor del encaje, sobre el párpado cerrado, interceptaría el calor de los labios demasiado apasionados; el candoroso pudor de su piel ignoraría la boca que devora y quema. Eligió el ojo izquierdo. Él la besó tiernamente, largo rato, creyendo que afluían a sus labios y le entraban en su corazón todos los rayos de una pequeña estrella. Pero Juliette se sorprendía de estar turbada. ¿Cómo era posible que sintiese tan próxima, tan inmediata, la calurosa presión? Estaba completamente segura de que el velo no había sido levantado, pero sobre la mejilla sentía la temblorosa caricia. Se acaloraba cada vez más, penetrada de ternura, invadida de languidez. Él le provocaba un deseo de que ese beso fuese largo, muy largo, más largo todavía. Sus brazos, lentamente, se levantaron con la posibilidad de ceder a un abrazo... Espantada, rechazó a Valentin, y llevó su mano al lugar del beso. ¡Dio un grito de cólera y vergüenza! pues bajo su dedo sentía su parpado sin velo un poco húmedo todavía debido al prolongado ósculo! Valentín, fiel a su promesa, no había levantado el velo, pero, antes de besarla, de un solo mordisco, había desgarrado y tragado el trozo de encaje que defendía y ocultaba la querida estrellita.

1. François Édouard Joachim Coppée; (París, 1842-1908) Poeta y dramaturgo francés. (N. del T.)

Traducción de José M. Ramos
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