LA PESADILLA DE CATULLE MENDÈS
(versión pdf)
"Cuando se muere
alguien que nos sueña
se muere una parte de nosotros"
Miguel de Unamuno
Amanecer del día 6 de febrero de 1909
Los periódicos parisienses sacaron en grandes titulares la siguiente noticia: "Muerte
de Catulle Mendès: ¿Suicidio? ¿Accidente? ¿Asesinato? Ha sido hallado el cadáver
del poeta en el túnel de Saint-Germain. El comisario Garette dirige la encuesta".
El escritor Catulle
Mendès había sido encontrado muerto en el túnel ferroviario de Saint-Germain-en
Zaye totalmente desangrado. Lo curioso es que Mendès, quien tuvo una clara
repercusión en la vida literaria parisina (hasta fue procesado y condenado a un
mes de prisión y 500 francos de multa "por ultrajes a la moral pública y
religiosa", como autor de la obra en un acto Roman d'une nuit, (no
representada pera publicada) lo había pronosticado años atrás, en un claro
ejemplo de premonición.
Para entender este
trágico final del que fuera uno de los escritores franceses más populares del
siglo XIX nos tenemos que remontar diez años atrás.
Una noche de infierno
Nos cuenta el investigador Jean Prieur que durante una velada en febrero de
1899, Catulle Mendès, estaba particularmente sombrío y ausente. Sus amigos
durante la cena en el Café Americain le preguntaron cual era la causa de esta
melancolía tan poco habitual en él. ¿Tal vez se debía al inminente final de
siglo?
«El final de siglo
- respondió Mendès - ¡no creo que lo vaya a ver! »
- ¡Vamos!, ¡qué
salida! - exclamó Léo Larteguier, el cual mucho más tarde le contó el hecho
a Simone de Tervagne - ¿Y por qué dices una cosa así?
- Acabo de pasar una
noche de infierno. He vivido una pesadilla espantosa que todavía me persigue.
Y Mendès empezó a contar:
"He aquí que me he visto agonizante durante horas... en plena noche. Estaba
solo en un túnel, caído sobre la vía férrea, mientras que la sangre salía en
abundancia. No podía levantarme, tenía la impresión de que me faltaba un pie.
Pedía socorro... nadie contestaba. Estaba agotado por esta hemorragia que no
conseguía hacer parar. Me debatía con la muerte que sentía rodar cerca de mí. Al
mismo tiempo oía una voz que decía: ¡Es el fin, es el fin! Todo eso tenía un
tono de realidada que tengo la sensación de haberlo vivido".
Sus amigos se quedaron
turbados e intentaron disimular para tranquilizarle.
- Tú había comido
mucho la víspera... Además eres tan impresionable... ¿Quién de nosotros no ha
soñado alguna vez con su propia muerte? ¿Estás seguro de que no era el recuerdo
de alguna lectura? De todas maneras todos los sueños son un puro galimatías.
Catulle Mendès seguía
sin convencerse de lo que le decían sus amigos. El sueño le había impresionado,
lo recordó durante meses y lo revivía continuamente.
El tiempo pasaba y la
amenaza no se cumplía. "Ya ves que no tenías motivo para alarmarte" - le
dijo su amigo Léo Larteguier -. "Tu hora no te ha llegado y está lejos
todavía. Te queda una obra por terminar".
Sus
últimas horas
Cuando diez años más tarde ocurrió el accidente ferroviario, la tesis del
suicidio fue rápidamente descartada. Mendès no tenía nungún motivo ni familiar
ni profesional para suicidarse.
El poeta con su segunda
esposa (la primera fue Judith, hija del escritor Théophile Gautier, con la que
tuvo tres hijas) y su hijo componían un trío unido y muy feliz. No tenían
ninguna preocupación por la salud o el dinero. Las indagaciones policiales
demostraron que no le habían atacado en su compartimiento y que no le habían
robado nada, ni el reloj, ni la billetera, ni los gemelos de la camisa. ¿Quién
hubiera querido vengarse del director literario de "Le Journal"?
La hipótesis más plausible fue la de un accidente. El comisario Carette, el cual
se inclinaba por esta explicación, interrogó a los amigos con los cuales el
poeta había pasado la última noche.
"Parecía perfectamente
normal - dijo uno de ellos -, aunque se le notaba una cierta torpeza."
"Se decía -
intervino otro amigo - que tomaba estupefacientes para mantener su fuerza de
imaginación. De ahí esa somnolencia que os ha llamado la atención. Ahora
quisiera recordar ese sueño que tuvo hace diez años y del cual nos hablaba de
tiempo en tiempo. El se vio con la respiración anhelosa y ronca de los
moribundos en el suelo, en la humedad, el frío y la oscuridad, pidiendo socorro
vanamente, agonizante, durante horas y bañado en sangre".
Poco a poco, de
testimonio en testimonio, el comisario Carette reconstruyó las últimas horas del
escritor. Averiguó que después de haber cenado con unos amigos parisienses,
Mendès tomó en la estación de Saint-Lazare el último convoy hacia Germain-en-Zaye,
donde vivía. Muy cansado, y bajo el efecto de un estupefaciente, subió al último
vagón que estaba desierto dada la hora tan tardía. Se durmió.
Repentinamente, el convoy
se paró en la entrada del primer túnel que atraviesa la colina de Saint-Germain.
Se despertó sobresaltado. Embotado de sueño por la droga ingerida, mendès creyó
haber llegado. Abrió la puerta, tropezó y se cayó bajo el vagón. En este
momento, el tren reemprende la marcha y una rueda le secciona un pie. Gritó de
dolor y perdió sangre en abundancia. Como en un sueño, pidió angustiosamente
socorro y nadie le respondió. Y también como en su sueño, él agonizó solo en
esta noche de un frío glacial en febrero, en una oscuridad total, bajo ese túnel
visitado por las ratas. Y como en el sueño, él debió oír: "¡Es el final!"...
En las primeras horas del
día, un empleado de los ferrocarriles del Oeste-Estado descubrió el cadáver de
un hombre de unos sesenta años elegantemente vestido. El desgraciado se había
desangrado. Su pie seccionado estaba a una cierta distancia de su cuerpo. Su
rostro gravemente contusionado conservaba una trágica expresión de angustia.
Hasta el más mínimo detalle
Los amigos de Catulle Mendès a los cuales les había contado su pesadilla se
quedaron impresionados por este trágico final, el mismo que había soñado hasta
en los más mínimos detalles. Tanto más a causa de que el sueño fue confirmado
por el último texto que escribió, una ópera titulada Bacchus (con música
de Massenet) y que fue representada algunos meses después de su muerte. Esta
ópera parece una transposición poética de su agonía bajo el túnel de Saint-Germain.
"Al levantar el telón - explicaba en sus indicaciones para el escenario -
se percibe un paisaje oscuro, profundo, desolado, desastroso, invadido por el
humo: es el Tártaro. A la derecha, en un hueco de roca negra, está sentada,
inmóvil entre los cipreses la Parca Cloto, coronada con diamantes negros,
vestida con un abrigo informe y oscuro. (...) Se escucha una sorda lamentación,
sofocada, sin palabras, nada más que suspiros, jadeos, gemidos, quejas de las
almas que ya no pueden más. Es el infinito del dolor. Poco después esos rumores
de desesperación son cubiertos por la voz de Perséfone, la diosa de las sombras
(...) Seguidamente aparece saliendo de su agujero de roca negra, Cloto, que es
una anciana con la cara muy pálida, con largas trenzas blancas. Sostiene una
rueca y un huso (...) En ese instante se oye un ruido formidable, un ruido de
catástrofe por un rayo imprevisto y todo tiembla. Es porque el hilo del destino
se ha roto en la mano de la Parca".
Si analizamos el texto comprobaremos que están todos los elementos de su agonía:
un ruido espantoso, el hueco en la roca negra, el paisaje oscuro invadido por el
humo, rayo imprevisto, tinieblas, quejas, desesperación, asfixia, sombra fatal y
un infinito dolor...
Mendès y la seductora Mata-Hari
Por un momento se pensó que en la trágica muerte de Mendès tuvo algo que ver una
bella mujer que respondía al nombre de Mata-Hari. En 1905 había ido a visitarle
para hacerle una "proposición indecente": quería que compusiera un mimodrama
para que ella lo bailara desnuda. Le dijo a Mendès que venía de Oceanía donde
había nacido... y daba recitales de danzas orientales que atraían a todo París.
Le invitó a que acudiera a un salón privado para que viera una de sus
exhibiciones y de lo que era capaz de hacer.
- De acuerdo, señora,
iré. Venga al día siguiebnte de la representación a mi casa en la calle Boccador.
Le daré mi parecer.
Algunos días más tarde,
mata-Hari fue recibida por Mendès.
- Y entonces, Maestro
¿Qué piensa de mis talentos?
- Señora, voy a serle
franco: sois perfectamente bella de cuerpo y rostro, un placer para los ojos.
Pero allí se acaba el placer. Sois tan artificiosa como una principianta, no
sabéis qué hacer ni con vuestros brazos ni con vuestras piernas. Ignoráis toda
la significación esotérica del movimiento de los dedos que caracterizan a los
bailes hindúes y javaneses. La mímica, la danza, la expresión corporal son artes
que los de Oceanía poseen por instinto y me extraña que no hayáis heredado estos
dones propios de vuestra raza. ¿Está usted segura de ser de Oceanía?
Margaretha Geertruida
Zelles, nativa de Leeuwarden, en Holanda, le fulminó con su mirada:
- Señor, yo no le
permito que...
- Bueno, no hablemos
más de la danza sagrada, hablemos simplemente de la danza; sus gestos son
pesados y sin gracia, no tienen ese excitante, es gracia que, por ejemplo, tiene
la señora Colette. Solamente puedo daros un consejo;: ¡Tomad unas lecciones!, en
Europa tenemos excelentes profesores. No solamente en París, también en Viena,
Milán y en Londres... Le enseñarán el arte del gesto que vos ignoráis.
- Yo no necesito ni
deseo tomar lecciones.
- En ese caso, señora, le
sugiero que vuelva a su país... hipotético.
Esta anécdota demuestra
que Mendès tenía profundos conocimientos de esoterismo. No en vano, había
escrito Hespérus (1869), poema inspirado en el vidente sueco Swedenborg.
Fragmento extraído de Enigmas Literarios.
Secretos y misterios en la historia de la literatura. Jesús Callejo Cabo.
Ediciones Corona Borealis. Madrid, 2004. (pag 53-60). Reproducido con la
autorización de Ediciones
Corona Borealis para este sitio web. |