AGRADECIMIENTO
Todos sus
cabellos despeinados sobre la almohada de encajes, con aspecto de una muerta que
ha conservado su color rosado, ¿Lise de Belvèlize está dormida, o más bien,
harta de prolongados besos, con un rictus de encantamiento en los labios,
holgazanea con delicia en las lasitudes después del amor? Dormida o no, Valentin
le habla con tierna vehemencia:
– ¡Para merecer tu mirada enternecida y tus labios menos avaros, te he traído
todas las joyas de todas las joyerías! y las costureras más ilustres han
recibido la orden de venir cada mañana, una tras otra, a pedirte si, pese a
tener ya todo tipo de vestidos, no quieres mil o dos mil más. Cuando ante tus
amigas abres el menos rico de tus joyeros, ellas exclaman, deslumbradas y
celosas: «¿Es que has tomado al asalto todas las estrellas rutilantes de una
noche de agosto?» y, con todas las estrellas, habría con qué llenar los ajuares
de boda de cien princesas ahijadas de hadas. ¡Pero no me he limitado a esos
mediocres presentes! ¿Deseaste tener un amante célebre por su bravura? He
mantenido veinte duelos, terribles, encarnizados; y tú has hecho una panoplia
enorme entre las figuritas de su salón, con las espadas rojas que te he traído
de esos combates. ¿Te encaprichaste de que fuese ilustre por el talento no menos
que por el valor? No dudé un solo minuto en tener talento y publiqué versos que
desde luego transportan por la magnificencia del ritmo y lo imprevisto de las
imágenes a los más sublimes poemas que los hombres admiraban antes de conocer
los míos. Ya no hablo más que por casualidad, – eso es poco, prácticamente nada,
– de mi madre a la que dejé sola en la vieja casa de Bretaña, porque tú no me
permites abandonar París, ni de mi esposa, – la más decente de las criaturas
vivas, – abandonada tras dos años de matrimonio, y de mis hijos, de los que ni
sé sus nombres! Futilidades, naderías, sacrificios de los que todo el mundo
sería capaz a cambio de un beso en tus pequeños cabellos cerca de la sien. Una
cosa me ha resultado más difícil: ¡convertirme, a tu gusto, en el más apuesto y
elegante de los hombres! Pero aplicándome, lo he conseguido al cabo de algunas
semanas. Finalmente puede decirse, amada mía, que nada te fue rechazado por mi
cariño, de todo aquello que tu fantasía podía desear; y en cualquier caso, eres
obedecida por el más apasionado y el más ingenioso de los esclavos. ¡Pero al
menos no ha sido en vano que hiciese todos esos esfuerzos, todos esos
sacrificios! Tú me amas, lo sé, tú me amas. ¡Oh encanto mío, tú me adoras! Hace
un momento desfallecías deliciosamente entre mis brazos, bajo mis labios. El
nombre de Valentin es el único que hace latir tu querido y fiel corazón, y en tu
generosa gratitud prefieres a cualquier otro, al amante lo bastante feliz para
merecerte mediante devociones y dones que satisfarían incluso el orgullo de una
diosa demasiado exigente!»
Valentin hablaba de este modo en la alegría apasionada de amar y ser amado, y
Lise de Belvèlize, durmiendo, con los ojos cerrados, en el oro de sus cabellos
despeinadas, se volvió a medias, tan bonita, tan tierna, y mostrando en los
labios una sonrisa de flor extasiada, susurró: « ¡Raúl! »
Traducción de
José M. Ramos
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