CARNAVAL EN EL PUEBLO

Mientras las personas serias jugaban al whist1, Juliette le había dicho entre susurros: «Mañana, martes, voy a ir a casa de mi tío en Villemomble. Puesto que usted me dice que me ama y que tiene esa locura de no poder pasar una día sin verme, vaya mañana a Villemomble usted también. Paséese por la única calle del pueblo, bajo la ventana de mi tío. La casa está al lado de una mercería. Pasee con paciencia. Yo, hacia el mediodía, entreabriré la ventana y ¡le sonreiré de lejos! Una sonrisa es mucho más de lo que usted se merece.» En realidad era mucho más de lo que él jamás se hubiese atrevido a desear. Al día siguiente, mucho antes del mediodía, él ya se encontraba en la calle principal de Villemomble, yendo y viniendo, mirando apasionadamente a la ventana en la que Juliette aparecería. Un viento muy frío le azotaba el rostro, despeinaba sus cabellos, le arrojaba por todas partes una polvareda húmeda y pequeños guijarros. No le preocupaba demasiado el viento; ¡hubiese desafiado mil tempestades!

¡Que importa lo que puede una nube de los aires
Arrojarnos al pasar truenos y rayos!

¿Acaso no la vería, en un instante, allí, encima de él, sonriente? La única esperanza de esa sonrisa, – ¡pues tenía unos dientes de gatita que muerde!– lo compensaba de las molestias de la espera; incluso le agradaban los guijarros que le golpeaban en la piel. Caminaba siempre a lo largo de las casas, esperando. Los transeúntes lo observaban con sorpresa. Para tratar de disimular, se detuvo ante la tienda de mercería en la que, a causa del carnaval, había engalanado su escaparate con trajes de obrero, de pastores de los Alpes, con máscaras grotescas, enormes narices falsas. Sin duda tendría lugar algún baile en el salón de cien cubiertos del pastelero de Villemomble. Miraba el puesto carnavalesco con aire muy interesado. ¡Muy inquieto además! pues acababan de dar las doce, y Juliette no se dejaba ver. ¡Oh! ¡esa ventana cerrada! pero recordaba que Juliette le había dicho: «Con paciencia.» Miraba sin cesar – o hacía que miraba – las falsas narices, las máscaras, los disfraces. Se percató de que la dependienta lo observaba con desconfianza. ¿Qué era lo que hacía esa persona extraña que «echaba el ojo» de ese modo al escaparate y que no entraba y no compraba ni alquilaba nada? Él temía dar que pensar, comprometer a Juliette. Para justificar su presencia, empujó la puerta de la tienda, y, tras haber dudado entre diversos objetos, acabó eligiendo –pensando siempre en la bonita nariz sonrosada de Juliette y en la sonrisa prometida – una gigantesca y extraordinaria nariz de cartón pintado, una nariz roja, azul cielo, verde manzana, donde destacaban cómicamente unas colosales verrugas, una nariz ante la que se parten de risa los mismos pilluelos vendedores de máscaras. Se llevó su compra envuelta en un periódico y se dispuso a continuar su caminata. ¡Las doce y media! ¡La ventana siempre cerrada! ¿Acaso Juliette se había olvidado, o tal vez exageraba su crueldad acostumbrada, la muy coqueta, hasta llegarle a negar la limosna de una sonrisa? Mientras caminaba bajo el viento, la nariz de cartón, dentro del periódico sacudida y desgarrada por la borrasca, lo irritaba singularmente. Tenía deseos de arrojarla en algún rincón, pero no se atrevía temiendo ser visto; y no dejaba de pasearse pacientemente. ¡Por fin¡ ¡Por fín! no se equivocaba: la cortina de una ventana se había agitado; el crujido de una cerradura anunciaba que iba a abrirse. En algunos segundos vería la sonrisa de Juliette, esa sonrisa tan bonita, tan tierna, que le provocaba en el alma delicias paradisíacas. ¡Extendió sus brazos con pasión! Juliette apareció en efecto. Pero no se limitó a sonreír: apenas apoyada al borde de la ventana, fue presa de una risa loca, siempre creciente, inextinguible, una risa cruel, ¡burlona y humillante! Estupefacto, llevó las manos a su rostro de forma instintiva, y reconoció con horror, que no sabiendo que hacer, había puesto sobre su propia nariz sin pensar en ello,– roja, azul cielo y verde manzana – la enorme nariz de carnaval

1. Juego de naipes. Se utiliza una baraja francesa, que consta de 52 naipes y se establecen dos parejas adversarias (N. del T.)

Traducción de José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes