LA FELICIDAD DEMASIADO CERCANA
La más bella de
las mujeres, reina o emperatriz, vestida de satén dorado y sus profundos
cabellos engalanados de pedrerías, se ofreció a mis miradas cuando yo salía de
mi casa, a los quince años, en una clara mañana de abril, para ir a buscar la
felicidad.
–Señora,
¿podéis vos enseñarme el camino que conduce a la felicidad?
–Muchacho, tú has llegado, puesto que estoy aquí. – respondió con una radiante
sonrisa la más bella de las mujeres, reina o emperatriz, vestida de satén dorado
y sus profundo cabellos engalanados de pedrerías.
– Que grande hubiese sido mi alegría – le dije yo – si os hubiese encontrado más
allá, ¡al final de la ruta! pero no tendré ningún placer en poseeros, no
habiéndoos conquistado, ni llorado, ni sufrido. Quizás sea una indigente,
enclenque y fea, quien me ame al otro lado de la colina; no importa, ¡no hay
felicidad que no esté lejos!
Y yo abandonaba, cantando una canción de esperanza, a la más bella de las
mujeres, reina o emperatriz.
Traducción de
José M. Ramos
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