MEDIDA POR MEDIDA

¡Ocurrió antes del primer beso! antes del primero de los definitivos besos. Por lo que respecta a labios que furtivamente se rozan o alientos que, no del todo cerca, se codician, esos dos amantes habían ido tan lejos como era posible en sus flirteos amorosos; ¡pero sus vidas todavía no se habían confundido, infinitamente, en una suprema aspiración común de bocas encarnizadas! Y, en la habitación donde murieron las rosas para que la visitante respirase de ellas el alma vaporizada en la tan profunda oscuridad, – pues Lise de Belvélize, tan pudorosa ella, ¡exigía todas las luces apagadas! – Valentin, sobre la cama en la que ella no tardaría en reunirse con él, esperaba con los estremecimientos de una deliciosa angustia. Ahora bien, como él bostezaba un poco nervioso, se produjo un deslizamiento de seda sobre seda, un ruido sobre la alfombra, leves pasos de los pies desnudos de Lisa; luego, tras un silencio, Valentín sintió algo delicado y mullido, admirablemente perfumado, algo parecido a un pequeño ramillete de rosas, posarse sobre sus dientes y apartarlos con una dulce violencia; enseguida comprendió que lo que tenía entre los labios eran los dedos de uno de los pies de su amiga. ¡Ah! ¡qué grande fue su alegría y con que pasión los besó! Sin embargo estaba sorprendido. Hubiese sido más normal que como primera delicia ella le concediese su mano o su mejilla, o la punta, incluso rosada en la noche, de un joven seno que se hincha y late. Pero ella, adivinando sus pensamientos, dijo con voz tan cantarina como los trinos de un nido: «¡Ah! ¿por qué esta sorpresa? ¿no es natural asegurarse, antes de comprometerse hasta la imposibilidad de volverse atrás, que nada se opondrá al perfecto cumplimiento de las cosas que se premeditan? Tan erudito en el amor como se dice que sois, no debéis ignorar que se puede, de algunas conveniencias de la amante al amante, concluir conveniencia análogas, aunque tan diferentes, del amante a la amante; debe existir, de hecho existe, entre dos seres hecho el uno para el otro, unas correspondencias, y unas reprocidades virtuales, que no se encuentran nunca entre las personas no destinadas a adorarse; y, verdaderamente, hubiese sido una señal de un penoso desacuerdo futuro, si la punta de mi pie no hubiese cerrado el enamorado bostezo de vuestra querida boca.»
Entonces él dijo: «¡Y muy bien cerrado, por cierto!»–«¡Ah! ¡tan perfectamente cerrado – dijo ella – que estoy encantada!» Y, sin ninguna demora, en la habitación donde se evaporaba el alma de las rosas muertas, Valentin dejó de estar solo en la cama velada de dulces tinieblas, – pues Lise de Belvélize había exigido todas las luces apagadas porque ella conservaba, tan ingenua todavía, una natural pudor.

Traducción de José M. Ramos
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