OBITUARIO ESTHER BENÍTEZ EIROA (1937-2001)

EL ROMÁNICO PIERDE COMPRENSIÓN

Por Camiño Noia

    El mundo de la traducción gallega quiere unirse al pesar de los compañeros y familiares de Esther Benítez por su fallecimiento. Ferrolana de nacimiento las circunstancias de su vida determinaron que desde Madrid se consagrase a la difusión en castellano de los valores literarios de las distintas lenguas de Europa, especialmente de las románicas. Fue traductora de escritores como Camus, Verne, Zola, Dumas, Moravia, Pasolini, Calvino, Pavese, Manzonik, Maupassant y un larguísimo etcétera, pero ella solía decir que se sentía más identificada con los cuatro últimos autores, a los que llegó a conocer muy a fondo, como nos demuestras las introducciones de algunas de sus traducciones.
     Ester Benítez defendió los derechos de los trabajadores de la traducción ante la empresa y las instancias oficiales y luchó, hasta conseguirlo, para que el nombre de los traductores figurase en la edición del libro y fuese reconocido según sus meritos.
    Las notas necrológicas que desde el pasado día 12 dieron los medios de información de toda España ignoraban la presencia que ella tenía entre los traductores gallegos. Para nosotros, lo que modestamente andamos trabajando en el ámbito de la Asociación de Traductores Galegos, Esther fue siempre una animada colaboradora de nuestras iniciativas. Estuvo con nosotros desde el comienzo, en el Primer Simposio Gallego de Traducción. Su antología Problemas y técnicas de la traducción literaria y el articulo que abre las actas de ese simposio, publicado como anexa de la Revista Gallega de Traducción, Viceversa, revista de la que ella formaba parta como miembro asesor.
    Ahora que nos dejó, después de una larga enfermedad, puede que sea la única oportunidad que nos queda de dar testimonio de su servicio a nuestra cultura. Y parafraseando las palabras que le dice al lector en la introducción de El vizconde demediado, yo le digo:

"Adiante, pois. Mergullate nos campos de batalla da morte.../de onde algún día sairás para volver á túa terra natal na percura dunha plenitude diferente"

(Adelante, pues. Sumérgete en los campos de batalla de la muerte...de donde algún día saldrás para volver a tu tierra natal en la búsqueda de una plenitud diferente)

Publicado en La Voz de Galicia el día 15 de mayo de 2001
(En gallego en el original)

 

AMIGOS Y COLEGAS ELOGIAN EL ARTE Y LA PROFESIONALIDAD DE ESTHER BENÍTEZ. EL CÍRCULO DE BELLAS ARTES ACOGE UN CARIÑOSO TRIBUTO A LA TRADUCTORA

Cariño, admiración y respeto mostraron ayer a partes iguales los traductores, editores y escritores que se reunieron en el Círculo de Bellas Artes, en Madrid, para rendir un último homenaje a la traductora Esther Benítez, nacida en Ferrol en 1937 y fallecida en Madrid el pasado 12 de mayo tras una larga enfermedad. Ninguno olvidó recordar las batallas que ganó Benítez por conseguir el reconocimiento artístico y económico del traductor.

      Tampoco olvidaron que gracias a ella varias generaciones de lectores en español han podido acercarse a las obras de autores sobre todo italianos (Italo Calvino, Cesare Pavese, Manzoni) pero también franceses (Maupassant). Todo lo cual le valió el Premio Nacional de Traducción en 1992 en reconocimiento a toda su obra.
      El acto comenzó con un vídeo de TVE, grabado hace 23 años, en el que Benítez mostraba su militancia en favor del reconocimiento de los derechos de propiedad intelectual de los traductores. Al mismo tiempo que denunciaba la escasa atención que prestaban los críticos literarios a las traducciones. "No se debe olvidar sistemáticamente a ese oscuro personaje gracias al cual podemos leer sin ser políglotas a autores de otras lenguas", sentenciaba en televisión la traductora.
      El turno de intervenciones, nueve en total, lo abrió el editor y vicepresidente de Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, del que Benítez fue fundadora y en el que trabajó hasta 1999), Federico Ibáñez, que relacionó la afición que tenía la traductora a bordar punto de cruz con las "puntadas certeras" que dio para que el trabajo de traductor tuviera "el reconocimiento social y público que merece".
      A continuación, el editor Jaime Salinas recordó que Benítez era ya una traductora "madura, formada, culta y con sensibilidad acerca de lo que debía ser la traducción" en un tiempo, los años sesenta, en que la mayoría de traductores eran estudiantes universitarios que entendían el oficio como un mero juego para ganar algún dinero.
      En esta misma opinión insistió la traductora de italiano que trabaja en el Instituto Cervantes, María Pepa Palomero, quien ensalzó a Benítez por pertenecer al grupo de traductores que supieron "mentalizar a los jóvenes de cómo había que traducir, de la importancia del estilo".
      El siguiente en el turno de homenajes fue el director general del Libro, Fernando de Lanzas, quien destacó de Benítez su "labor de vertebración profesional del mundo de los traductores y su capacidad para equiparar la traducción a la creación original. Le siguió el traductor Ángel Sánchez Gijón, quien evocó a Benítez "en su calidad de militante y activista contra la dictadura y en la cojitranca democracia". "No esperó a que Franco se muriese en la cama para ser una demócrata de toda la vida", afirmó Sánchez Gijón, para quien la traductora mantuvo su condición de militante del P.C. hasta el final por lealtad a su propia historia personal y a la colectiva de "tantos camaradas en aquellos años".
      Tras las intervenciones del periodista Salvador Agustín, el escritor Andrés Sorel y los editores Felicidad Orquín y Mario Muchnik, el traductor Mario Merlino y Carlos Alonso leyeron fragmentos de traducciones de Pavese y Calvino realizadas por Benítez.

JUAN J. GÓMEZ. Madrid
Publicado en EL PAÍS, el martes 19 de junio de 2001

QUERIDA ESTHER

Berna Wang

             Querida Esther:
            Anoche vi tu foto en el periódico. Y leí que habías muerto.
            No puedo creérmelo.
            Así que aquí me tienes, abriendo con terquedad y rabia el programa de correo, pinchando en tu dirección electrónica y escribiéndote, como si tal cosa, este mensaje.
            Pero no te daré la lata mucho rato. Sólo quería contarte algo que nunca he tenido ocasión de contarte y que hoy me está quemando. Nos conocimos, no sé si te acordarás, una tarde de principios de mayo de 1985, en un café de la plaza del Dos de Mayo. Era una tertulia de traductores. Yo vivía entonces en el barrio, estaba embarazada y había salido de cuentas; hacía apenas unos meses que trabajaba como traductora, vi el cartel y decidí acercarme a ver de qué iba eso. Y así te convertiste en la primera traductora a la que conocí en persona, y también en la primera persona a la que oí hablar con tanta pasión, cariño y conocimiento de nuestra profesión. Y fue esa tarde cuando me di cuenta de que todos los libros traducidos que había leído hasta entonces tenían en realidad dos autores, aunque en la solapa no apareciera la foto ni la reseña biobibliográfica del segundo de ellos, el traductor. Y cuando sentí por vez primera la responsabilidad y la belleza que conlleva el acto de traducir.
              Mucho más tarde supe que tú habías traducido los libros de El pequeño Nicolás de Sempé-Goscinny que tanto me habían hecho reír de niña (y que después harían reír a mi hijo). Y también la trilogía Nuestros antepasados, de Italo Calvino, con la que aprendí a amar a ese autor. Pero antes de eso habíamos vuelto a coincidir, en casa de una amiga común, y me habías hablado de la Sección Autónoma de Traductores de Libros, de la Asociación Colegial de Escritores de España, y me habías aconsejado que me asociara. Lo hice porque confiaba en ti. Y en la Asociación viví una etapa crucial en la que la junta directiva que presidías consiguió varios logros importantísimos (frente a la Administración, frente a los editores) para los traductores.  Nos vimos de vez en cuando en la sede de la Asociación, en actos que ésta organizaba. Nos intercambiamos mensajes y algunas risas por correo electrónico.
             Coincidimos por última vez hace tres o cuatro años, en el velatorio de un amigo común (que no supimos que lo era hasta aquel día).
            Querida Esther, sólo quería darte las gracias por haber enseñado a la joven e inexperta traductora que era yo hace 16 años a amar nuestra profesión.
            Como no puedo creerme que ya no estés, cuando termine este mensaje daré al botón de Enviar. Hasta que reciba el mensaje de error de mi servidor, diciéndome que tu dirección ya no existe, pensaré que, por esas cosas tan raras que pasan en el ciberespacio, a lo mejor llega al lugar donde estás ahora, y que tal vez aún lo leas, antes de que me lo devuelvan.

            Un beso.
            Berna

  Publicado en La Insignia (www.lainsignia.org) http://www.lainsignia.org/2001/mayo/cul_059.htm