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HOWARD
PHILIPS LOVECRAFT
Los cuentos de horror del poderoso y cínico Guy de Maupassant, escritos hacia la época en que le empezaba a dominar su locura
final, presentan características propias, y son efusiones morbosas de un
cerebro realista en estado patológico, más que productos imaginativos sanos de
una visión naturalmente inclinada hacia la fantasía y sensible a las ilusiones
normales de lo invisible. Sin embargo, poseen el más vivo interés e
intensidad, y sugieren con fuerza maravillosa la inminencia de unos terrores
indecibles, y el acoso implacable al que se ve sometido un desdichado por parte
de espantosos y terribles representantes de las negruras exteriores.
H.P.
Lovecraft. El horror en la Literatura. Alianza
Editorial. 1984
RAFAEL LLOPIS
Maupassant no pertenece a ninguna escuela ni fundó ninguna.
El terror que expresa en sus cuentos es un terror personal e intransferible que
nace en su alma enferma -y exclusivamente en ella- como presagio de su próxima
desintegración. Antes de los treinta años, Maupassant era un escritor ya muy
estimado. Por entonces aun no había escrito ningún cuento de miedo. A esa
edad, ciertos trastornos visuales le hicieron consultar con un médico, el cual
le observó una rigidez pupilar, primer síntoma de la neurolués que iba a
acabar con su vida. "Desde 1881 -dice José María Sacristán, en su obra Genialidad
y psicopatología, su temple vital se quiebra. Su concepción de la vida,
alegre y optimista, cambia. En sus escritos comienza a traslucir el taedium
vitae que invade su espíritu. El hombre jovial se torna melancólico. Los
amigos le llaman 'el toro triste' ." El propio Maupassant confiesa:
"Tengo miedo de mi mismo, tengo miedo del miedo; pero, ante todo, tengo
miedo de la espantosa confusión de mi espíritu, de mi razón, sobre la cual
pierdo el dominio y a la cual enturbia un miedo opaco y misterioso.". De
esta época datan sus relatos terroríficos, que no eran sino un intento de
sublimar su terror, de conjurarlo expresándolo, de librarse de él haciéndolo
arte. Sus cuentos de miedo -El albergue, El miedo, Magnetismo, ¿Un loco?, La
cabellera, La mano y, sobre todo, El Horla- son la protesta
desesperada de un hombre que siente como su razón se desintegra.
Louis Vax establece acertadamente una neta diferencia entre
Merimée y Maupassant. Este es un enfermo que expresa su angustia; aquél es un
artista que imagina en frío cuentos para asustar. la técnica de ambos
escritores es diametralmente opuesta. Mérimée, como los ingleses victorianos a
cuya categoría -contra toda lógica- pertenece, describe un protagonista
normal, dotado de un sano y sólido sentido común. A su alrededor empiezan a
manifestarse fenómenos incomprensibles, pero él no se da cuenta o los atribuye
a motivos banales. Por fin, ante la desesperación del lector (que sí se daba
cuenta, con creciente inquietud, de que la cosa se iba poniendo fea), el terror
salta, evidente e insoslayable, y coge desprevenido al alegre protagonista. Este
terror centrípeto es centrífugo en Maupassant. "En el Horla -dice Vax-
hay al principio una inquietud interior, luego manifestaciones sobrenaturales
reveladas sólo a la víctima; por último, también el mundo que la rodea es
alcanzado por sus visiones. La enfermedad del alma se convierte en putrefacción
del cosmos."
Rafael
Llopis. Historia Natural de los cuentos de miedo.
Ediciones Jucar. 1974
CARLOS PUJOL
Otro naturalista que
tiene bien poco que ver con Zola es Guy de Maupassant (1850-1893), discipulo y
protegido de Flaubert, autor del magnífico cuento satírico Bola de Sebo,
que se incluyó en las Veladas de Medán. Para sus novelas largas se
isnpira en Flaubert, con cuidados análisis de existencias grises y monótonas,
pero sus mayores aciertos están en los cuentos, rápidas impresiones de un
humor truculento y a veces de una exasperada crueldad casi expresionista (La
mancebía, 1881). El arte conciso, esmerado y nervioso de Maupassant, con ecos
de todas las obsesiones flaubertianas, nos lleva muy lejos del naturalismo y
contribuye a crear un clima de irracionalidad que hace posible que la
generación romántica se dé la mano con el fin de siglo.
Carlos Pujol. Abecé de la literatura francesa.
Editorial Planeta. 1976
HAROLD BLOOM
Chéjov aprendió la representación de la banalidad de Maupassant. Éste, que
lo había aprendido todo, incluido eso, de su maestro Flaubert, pocas veces
iguala el genio cuentístico de Chéjov o Turguéniev. Lev Shestov, destacado
pensador religioso ruso de comienzos del siglo xx, lo expresó con fuerza
considerable:
El
maravilloso arte de Chéjov no ha muerto; ese arte capaz de matar con un mero
toque, un aliento, una mirada, todo aquello por lo cual los hombres viven y de
donde obtienen su orgullo. En ese arte se perfeccionaba de continuo, y en él
logró un virtuosismo inalcanzable para cualquiera de sus rivales de la
literatura europea. A menudo Maupassant tenía que realizar ingentes esfuerzos
para abatir a su víctima. A menudo la víctima se le escapaba, quebrada y
maltrecha, es cierto, pero con vida. En manos de Chéjov nada escapaba a la
muerte.
Aunque es una visión muy negra y a ningún lector ni lectora le gusta
imaginarse como víctima de un escritor, Shestov valora certeramente a
Maupassant frente a Chéjov, muy a la manera en que se podría valorar a Marlowe
frente a Shakespeare. No obstante, Maupassant es el mejor de los cuentistas
realmente "populares", vastamente superior a O. Henry (que podía ser
muy bueno) y muy preferible al abominable Poe. Ser un artista de lo popular es
en sí un logro extraordinario; en los Estados Unidos hoy no tenemos nada
parecido.
Puede que Chéjov parezca simple,
pero es siempre profundamente sutil. Muchas de las simplicidades de Maupassant
no son sino lo que parecen ser, pero no por eso son superficiales. Maupassant
había aprendido de su maestro Flaubert que "el talento es una prolongada
paciencia" para ver lo que otros tienden a pasar por alto. Que Maupassant
pueda hacernos ver algo que sin él nos habríamos perdido es para mí muy
dudoso. Para eso se requiere el genio de Shakespeare o de Chéjov. Hay, además,
el problema de que Maupassant, como tantos escritores de ficción del siglo XIX
y comienzos del XX, lo veía todo a través de la lente de Arthur Schopenhauer,
filósofo de la voluntad de vivir. Yo tan pronto usaría gafas Schopenhauer como
gafas Freud; ambas agrandan y ambas distorsionan casi en la misma medida. Pero
yo soy un crítico literario, no un escritor de cuentos, y cuando Maupassant
contemplaba los caprichos del deseo humano más le habría valido descartar las
gafas filosóficas.
En sus mejores momentos es
espléndidamente legible, trátese del patetismo humorístico de "La casa
Tellier" o de un cuento de terror como "El Horla", de los cuales
me ocuparé aquí. Frank O'Connor insistía en que, comparados con los de
Turguéniev o Chéjov, los cuentos de Maupassant no eran satisfactorios; pero es
evidente que pocos cuentistas pueden rivalizar con los dos maestros rusos. Lo
que O'Connor objetaba, en verdad, era que en Maupassant "el acto sexual en
sí deviene una forma de asesinato". El lector que acabe de disfrutar de
"La casa Tellier" no estará muy de acuerdo.
Flaubert, que no vivió para
escribirla, deseaba situar su última novela en un burdel de provincias, cosa
qué su hijo literario ya había hecho en este robusto relato.
Parte del auténtico encanto de la
"La casa Tellier" consiste en que allí todo el mundo es benigno y
afable. Madame Tellier, una respetable campesina normanda, admínistra su
establecimiento como se podría administrar una posada y hasta un internado de
señoritas. Maupassant describe con afecto y vivacidad a las cinco trabajadoras
del sexo (como algunos las llaman ahora) que Madame Tellier tiene a sus órdenes
y hace hincapié en la paz que mantiene en la casa gracias a su talento para la
conciliación y su buen humor incesante.
Un atardecer de mayo nos encontramos
con los clientes habituales de mal humor porque el local está cerrado y hay un
cartel en la puerta: CERRADO POR PRIMERA COMUNIÓN.
La dueña y sus pupilas han marchado
al mencionado evento, cuya protagonista es la sobrina y ahijada de Madame. La
primera comunión se transforma en un acontecimiento extraordinario cuando el
llanto prolongado de las prostitutas, conmovidas al recordar su infancia, se
vuelve tan contagioso que arrastra a la grey entera en un éxtasis de lágrimas.
El cura proclama que ha descendido el Espíritu Santo y da las gracias en
particular a las visitantes, Madame Tellier y sus pupilas.
Tras un bullicioso viaje de vuelta al
establecimiento, Madame y las damas reanudan sus habituales tareas vespertinas,
que, no obstante, llevan a cabo con ímpetu no rutinario y de muy buen ánimo.
"No todos los días tenemos algo que celebrar", comenta Madame Tellier
al final del cuento, y sólo un lector que no sea capaz de sentir alegría
declinará alegrarse con ella. Al menos por una vez el discípulo de
Schopenhauer ha roto con la reflexión sombría sobre las íntimas relaciones
entre el sexo y la muerte.
En el cuento es difícil resistir la
exuberancia, y Maupassant nunca escribe con más entusiasmo que en "La casa
Tellier". En este relato de Normandía hay calor, risas, sorpresa y hasta
una especie de penetración espiritual. El éxtasis pentecostal que embarga a la
congregación es tan genuino como el llanto de las prostitutas que obra como
chispa. La ironía de Maupassant es marcadamente más benévola (aunque menos
sutil) que la de su maestro Flaubert. Y el cuento es licencioso, no lascivo, en
el espíritu de Shakespeare; agranda la vida y no disminuye a nadie.
Maupassant acabó su vida muy mal;
con menos de treinta años ya era sifilítico. A los treinta y nueve la
enfermedad le afectó la mente, y tras un intento de suicidio pasó los últimos
años en un manicomio. El cuento de terror más inquietante que escribió,
"El Horla", tiene una relación compleja y ambigua con la enfermedad y
sus consecuencias. El innominado protagonista podría ser un sifilítico en
trance de enloquecer, aunque nada de lo que narra Maupassant nos permite
inferirlo. Relato en primera persona, "El Horla" nos da una cantidad
de claves que excede la posibilidad de interpretación: no podemos entender al
narrador ni confiar en sus impresiones, de las que recibimos verificación
escasa o no independiente.
Al empezar el cuento, el narrador -un
próspero joven normando- trata de persuadirnos de su felicidad en una hermosa
mañana de mayo. Ve pasar frente a su casa un magnífico barco brasileño de
tres palos y lo saluda. Evidentemente, este ademán atrae al horla, un ser
invisible de una especie que -nos enteramos después- viene asolando al Brasil
con una epidemia de posesión demoníaca y subsiguiente locura. Queda claro que
los horlas son primos refinados de los vampiros: beben leche y agua y consumen
la vitalidad de los durmientes sin chuparles la sangre. Sea lo que sea lo que ha
sucedido en el Brasil, somos libres de dudar de lo que ocurre en Normandia. Para
destruir a su horla nuestro narrador acaba prendiendo fuego a su casa, aunque
olvida avisar a los criados, que arden con el edificio. Cuando advierte que su
horla continúa vivo, nos dice que ha llegado a la conclusión de que tendrá
que matarse.
Claramente, se trata de su horla,
haya o no hecho el viaje del Brasil a Normandía. El horla es la locura del
narrador, y no sólo la causa de esa locura. ¿Ha escrito Maupassant la historia
de lo que significa ser presa de la sífilis? En cierto momento, el doliente se
mira al espejo y no se ve reflejado en él. Luego se divisa al fondo, envuelto
en una niebla. La niebla se retira, y, cuando logra verse por completo,
refiriéndose a la nube o agente que ha bloqueado su visión, grita: "¡Lo
he visto!".
El narrador dice que el advenimiento
del horla señala el fin del reinado del hombre. Magnetismo, hipnosis y
sugestión son aspectos de la voluntad del horla. "¡Ha llegado!",
exclama la víctima, y, de pronto, el intruso le grita su nombre al oído:
"¡Ha llegado... el horla!". El nombre de horla es un invento de
Maupassant: ¿tal vez un juego irónico con la palabra inglesa whore (puta)?
Parece muy forzado, a menos que la enfermedad venérea de Maupassant sea el
centro oculto del relato.
El cuento de terror es un género
amplio y fascinante. Maupassant descolló en él, aunque nunca tan poderosamente
como en "El horla". En cierto nivel, creo, la razón es que estaba
vaticinando la propia locura y el (intento de) suicidio. Maupassant no es un
cuentista tan eminente como Turguémev, Chéjov, Henry James o Hemingway, pero
tiene bien merecida su inmensa popularidad. Alguien que creó tanto el éxtasis
afable de "La casa Tellier" como el convincente espanto de "El
Horla" es un maestro permanente del relato corto.
¿Por qué leer a Maupassant? En sus
mejores momentos, atrapa como pueden hacerlo muy pocos. Y es mucho lo que se
puede recibir de su voz narrativa. No es el cuerno de la abundancia, pero
complace a muchos y sirve de introducción a los difíciles placeres de
narradores más sutiles.
Harold Bloom. Cómo leer y por qué. Círculo de
lectores. 2000
ANATOLE FRANCE
Monsieur de Maupassant ciertamente es uno de los más sinceros narradores de
este país, donde ha creado tantos cuentos y tan buenos. Su lenguaje, fuerte,
sencillo, natural, tiene un sabor a la tierra tal, que nos hace amarla cariñosamente.
Posee las tres cualidades del escritor francés: en primer lugar la claridad,
luego la claridad y por último la claridad. Posee el espíritu de mesura y
orden propio de nuestra raza
Anatole France, artículo
aparecido en “La vida literaria”, 1888
M.C. BLANCQUART
Maupassant se coloca en la línea de los autores que recurrieron a un interior
fantástico, como Théophile Gautier en “La pipa de opio", Mérimée en
el cuento curiosamente sexual de” Djoumâne”, o Charles Nodier en “Smarra”.
El salto a lo imaginario es siempre llevado a cabo por el propio espíritu de
los personajes de Maupassant y en su espíritu. Esto no se presta a discusión:
una obsesión no es ni verdadera ni falsa como tal, simplemente es. Toda la
cuestión está en describirla lo bastante intensamente para provocar contagio
en el lector.
M.C. Blancquart, Maupassant, narrador fantástico, Minard,
Archivos de las Palabras Modernas, 1976.
JOEL
MALRIEU
Ante todo interior, lo fantástico en Maupassant se desarrolla sobre el terreno
de las angustias, de las obsesiones y de las perversiones. Como trastorno,
constituye pues un escándalo lógico lo mismo que moral, en el sentido en que
él desafía la razón y las convenciones sociales convidando a una experiencia
de límites particularmente destructiva puesto que vuelve a poner
insidiosamente en cuestión las fronteras entre lo normal y lo patológico
(...).
Provocado por un acontecimiento
exterior o inscrito en el corazón mismo de la personalidad a título de
característica permanente, la división del yo hace de la vida del personaje un
infierno. Condenado a odiarse y a escapar de sí mismo, no encuentra ningún
alivio a su sufrimiento. La palabra, que le permite confiarse y hacerse cargo de
su historia, no constituyen más que un remedio provisional.
Así, atravesado por esta otra
presencia que hace perder al ser hasta la conciencia de su existencia, la obra
de Maupassant inscribe la marca de una desposesión de sí mismo portadora de la
locura y de la muerte. Interior ( escisión del yo) o exterior ( yo alienado),
la alteración es siempre peligrosa, y no solamente en los relatos fantásticos:
Pedro y Juan, hermanos enemigos, están ahí para atestiguarlo.
J. Malrieu, Lo fantástico, Hachette, 1992.
GODENNE
De ninguna manera, no estamos en el terreno de la verosimilitud y del realismo
como en los relatos cortos de Mérimée. Mientras que este último toma
sus distancias frente a la aventura narrada, sea por ironía, sea por el
subterfugio de la historia, Maupassant juega sinceramente el juego de lo fantástico
y se esfuerza-simplemente porque las novelas están escritas en primera persona-
en hacernos creer en la realidad del acontecimiento inexplicable que relata.
Godenne, La
novela corta francesa, P.U.F., 1974.
T.
TODOROV
Las novelas de Maupassant ilustran los diferentes grados de confianza que
otorgaremos a los relatos. Se pueden distinguir dos, según que el narrador sea
externo a la historia o uno de los principales protagonistas. En el
externo, puede o no autentificar él mismo las opiniones del personaje, y
en este caso vuelve el relato más convincente, como en (....). ¿Un loco? Si
no, el lector estará tentado de explicar lo fantástico por medio de la locura,
como en “La Cheveleur” y en la primera versión de “Horla”;
toda vez que el marco del relato es de cada vez una casa de salud.
Pero en sus mejores novelas
fantásticas- ¿El?, La noche, Le Horla, ¿Quién sabe?-, Maupassant hace del
narrador el mismo héroe de la historia ( es el procedimiento de Edgar Poe
y de muchos otros después de él). Se hace hincapié en el hecho de que se
trata del discurso de un personaje más que de un discurso del autor: la
palabra debe ponerse en tela de juicio, y nosotros podemos perfectamente suponer
que todos estos personajes son unos locos; no obstante, por el hecho de que no
son presentados por medio de un discurso claro del narrador, nosotros les
concedemos todavía una paradójica confianza. No se nos dice que el
narrador mienta y la posibilidad de que mienta, en cierto modo o
estructuralmente, nos choca; pero esta posibilidad existe (puesto que él es
también personaje), y la indecisión puede nacer en el lector.
T. Todorov, Introducción a la literatura fantástica, coll. “ points”,
Seuil 1970
P.
MORAND
Cuanto más Maupassant camina dentro de lo fantástico, más progresa en lo
irreal y más persigue de cerca la realidad, su propia realidad, ya que cada vez
más sus cuentos se componen de observaciones hechas muy exactamente sobre él
mismo. Con una lucidez prodigiosa, este cerebro que se licuaba lentamente,
anotaba todo, desde los primeros fenómenos de autoescape externo (desdoblamiento)
hasta los grandes delirios; no es él el que se dirige a lo horrible, es lo
horrible que viene hacia él.
P.
Morand, Vida de
Guy de Maupassant, Flammarion, 1942.
L. FORESTIER
Lo fantástico en Maupassant no es la intrusión brutal de fenómenos
extraños en la vida cotidiana. Todo puede iluminarse en él, de una forma a
veces decepcionante ( “Yo ya os había dicho que mi
explicación no os gustaría” concluyó un personaje). Lo fantástico, es todo
lo que merodea fuera del hombre y dentro del hombre y lo deja, la
conciencia vacía por la angustia, sin solución, ni reacción. Lo
fantástico es la debacle de la conciencia, su impotencia para darse cuenta de
los grandes lados de lo desconocido que se derriban a menudo. Este incognoscible
vagabundeo, y es el que el escritor alcanza a dominar en el rodeo de las
palabras, como también lo hacía Tourgueniev: él “ha buscado los matices, ha
deambulado alrededor de lo sobrenatural antes que penetrar allí (...).
De sitio en sitio encontramos (...)
algunos de estos relatos misteriosos y sorprendentes que dan escalofríos. En su
obra, sin embargo, lo sobrenatural queda siempre tan vago, tan disfrazado que a
penas osamos decir que haya querido ponerlo. Él cuenta más bien lo que ha
experimentado, cómo lo ha experimentado, dejando adivinar la turbación de su
alma, su angustia delante de lo que ella no comprendía, y esta punzante
sensación del miedo inexplicable que pasa, como un soplo desconocido que
proviene de otro mundo.
No hay nada más lúcido que el
relato de esta alineación. Para trazar de nuevo las etapas de esta lucha entre
El Otro y lo semejante, la obra vuelve a encontrar naturalmente la forma que
instala al escritor delante del espejo: el periódico, o la carta
testamentaria....
¿Demencia de Maupassant? Antes bien
implacable aventura de una conciencia que refleja el mundo, y lúcida odisea de
un estilo literario.
L.
Forestier,
prólogo de la edición de los Cuentos y Novelas cortas de Maupassant,
Biblioteca de la Pléiade, Gallimard, 1974.
JULIEN
GREEN
Tenemos mucho que aprender de Maupassant en relación con la brevedad y también
de la compasión humana. Su picaresca esconde un gran escritor y puede ser un
hombre de una gran bondad.
Diario,
diciembre de 1970
PAUL
LÉAUTAUD
He estado esta mañana en la inauguración de la placa colocada en la casa que
Maupassant habitó, en la calle Clauzel, 19. Yo tengo una gran simpatía por
Maupassant, el hombre, su dolorosa vida, su fin lamentable. No puedo hablar del
escritor pues apenas lo leí, pero esta fue una ocasión para pasear por un
barrio tan familiar para mí. Maupassant habitó esta casa de 1878 a 1881.
Seguramente debi encontrármelo siendo niño. Tendría yo por entonces seis
años, siete, ocho o nueve. [...]
Se comentaba en el lugar que no hay
seguridad de que fuese en el número 19 en el que habitó y podría bien ser el
17. Marius Boisson, a mi lado, me comentaba con toda justicia, que nada sería
más fácil de verificar con los sumarios del catastro.
Journal
Littérarire (1931). Domingo 29 de marzo
VASLAV
NIJINSKI
Prefiriendo
vivir en la sombra, me he habituado a la soledad. Maupassant le tenía terror.
Su sociabilidad le permitía huir de ella.
Diario,
1ª ed. 1953, Gallimard, Folio, nº 2312, 1991, p. 199
JEAN
PAUL SARTRE
El
filósofo expresó su sorpresa divertida por los gustos literarios del actual
´Presidente de la República Francesa [Giscard D'Estaing] que eligió para hablar
de un gran escritor a Guy de Maupassant, « un autor sin moral que escribe como
un puerco ».
Voz de Galicia, 11 de noviembre de 1979
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