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I.E.S. Xunqueira I

© José Ramos

TERROR

A cierto autor leía hasta muy tarde
era ya media noche y tuve miedo.
¿Miedo de qué ?, no sé, pero fue horrible.
Presentí entre jadeos y estertores
Que pronto iba a pasar algo terrible...
Detrás de mí, creí sentir entonces
una rara presencia a mis espaldas
con una risa atroz y muy nerviosa :
mas no escuchaba nada, ¡Qué tortura !
Sentir que alguien tocaba mis cabellos,
con su mano llegando hasta mi hombro,
sentir que iba a morir si lo escuchaba.
Cada vez más cercano se inclinaba
y yo para salvarme no quería
dar vuelta mi cabeza, ni moverme...
Giraban con horror mis pensamientos
como aves en un cielo de tormenta,
un sudor frío congelaba el cuerpo
y en aquel cuarto sólo se escuchaba
castañetear mis dientes atrozmente.  

Y de repente se escuchó un crujido
y di un grito de horror enloquecido
como nunca se oyó salir de un pecho,
para caer de espaldas, yerto y tieso.

  Traducción: Leandro Calle

EL CAZADOR DE PÁJAROS

Por llanos y montes en flor
sale a cazar en primavera
sale a cazar el niño Amor.
Siempre llena su pajarera,
porque es un diestro cazador.

Cuando la noche se hace aurora,
tiende lazos, o el amasijo
esparce de liga traidora;
después su huella delatora
esconde con avena o mijo.

Acecha tras los verdes setos
o a orillas de los arroyuelos.
Se oculta en el bosque de abetos
para no despertar recelos
en los pajarillos inquietos.

Entre los lirios y el romero,
o bajo la verde entramada
tiende la red el niño artero,
y pronto acuden en bandada
el pinzón, el pardillo y el jilguero.

Más de una vez con un junquillo
o algunas mimbres monta un lazo,
y luego espía al pajarillo
que acude a darse un banquetazo
del cebo que le puso el pillo.

Alegre, inexperto, travieso,
se acerca el pájaro al engaño,
mira con ojos de embeleso,
se anima y, luego por su daño
pica goloso y queda preso.

El incansable cazador
llena siempre su pajarera,
y aleja del prado y la flor
del monte y la verde ribera
al que mordió el cebo de Amor.

 

MENSAJE DE AMOR    

Ven acá, niño. Tu tienes
una madre a la que adoro;
el día que al parque vienes
viene ella a ver su tesoro.

Bien pálidas su mejillas,
y tiene la cabellera
que pinta uno a su Quimera
puesto a pintar maravillas.

En oro de soles viejos
sus cabellos se tiñeron,
y las estrellas les dieron
sus diamantinos reflejos.

Acerca el labio de rosa;
dame esos ojos de cielo;
venga tu rizado pelo
y esa carita preciosa.

Besarlos quiero sin tasa;
quiero que vayan cargados
de besos apasionados
cuando vuelvas a tu casa:

que al colgarte de su cuello
y ofrecerte a su emoción,
sienta ella una quemazón
en tu boca y tu cabello;

que también sienta el dulzor
y la secreta inquietud
de mi llamada de amor
que ha alarmado a su virtud.

Así beberá inconsciente
mis besos entre tus rizos,
y dirá tal vez: "¿Qué hechizos
me traes, niño, en tu frente?"

 

INSOLACIÓN

Fué en un día de junio. Repicaban a gloria
Alegre circulaba por las calles la gente.
Sin yo saber por qué, marchaban sonriente,
borracho de bullicio y exultante de euforia.
El sol multiplicaba mi secreta energía,
se metía en mi sangre, calaba en lo profundo.
Me acometió el hervor y el éxtasis jocundo
que Adán debió sentir al ver que el sol nacía.
Una mujer pasaba; sus ojos clavó en mí.
¿Que rayo de mirada de fuego me lanzó?
¿Qué vena de locura mi alma conturbó?
Fué como un arrebato, fué como un frenesí.
Tuve un súbito impulso de arrojarme sobre ella,
de estrecharla en mis brazos, de marcar en sus rojos
labios, con loco anhelo, de los míos la huella.
Una nube de sangre se me agolpó a los ojos.
Veía estrujándola con un beso satánico;
la doblo, la derribo, y después de que sacio
mi pasión, la levanto con impulso titánico,
doy con el pie en la tierra y me lanzo al espacio.
La llevo por la ardiente catarata de sol,
su pecho con mi pecho, su aliento con mi aliento,
volando entre la gloria del ancho firmamento.
Cada vez la estrechaba con impetu más fuerte.
La miré. ¡Con mi abrazo habíale dado muerte!

 

Guy de Maupassant

NOCHE DE NIEVE

La llanura está blanca, sin voz ni movimiento
Ni un ruido, ni un sonido; la vida se ha apagado.
Solo se escucha a ratos el fúnebre lamento,
que en un rincón del bosque lanza un perro extraviado.
No hay en el aire cánticos ni parvas en las eras.
Calló sobre los campos el invierno ceñudo.
Los árboles semejan fantasmas o quimeras
y cubren con sudarios su esqueleto desnudo.
La luna lleva prisa, parece que está yerta;
su redondez resbala por el azul de hielo,
mira triste a la tierra, y al verla tan desierta
huye por los espacios perdiéndose en el cielo.
Fantástica cascada de frío son sus rayos
vertiéndose en la helada llanura, y a lo lejos
la palidez difusa que siembra en sus desmayos
espejea en la nieve con siniestros reflejos.
¡Pobrecitos los pájaros sin cobijo abrileño!
Sopla entre escalofríos el viento en la alameda
y por mucho que ahuequen su plumaje de seda,
sus patitas se hielan y huye de ellos el sueño.
En las ramas desnudas, que tienen piel de hielo,
entre las frialdades de luna, viento y selva,
tiritan desvalidos, con un piar muy leve,
y esperan a la aurora, que acaso nunca vuelva.