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EN EL MAR
Por Guy de Maupassant
A Henry Céard
Se leía recientemente en los diarios, las siguientes líneas:
"BOLONIA-SUR-MER, 22 de Enero. - Se lee: "Un terrible accidente vino a
sembrar la consternación entre nuestro gremio marítimo, que ha sufrido tanto
en los últimos dos años. El pesquero comandado por el Capitán Javel, entrando
al puerto, ha sido arrastrado al Oeste y vino a estrellarse sobre las rocas del
rompeolas del muelle.
"A pesar
de los esfuerzos del bote de salvamento y las espías lanzadas por el fusil
lanza cuerdas, cuatro hombres y el grumete han perecido.
"El mal
tiempo continúa. Se prevén nuevos desastres."
¿Quién es
este Capitán Javel? ¿Es el hermano del manco?.
Si el pobre
hombre arrojado por la ola y muerto quizás, bajo los restos de su barco hecho
pedazos, es el que yo pienso, tomó parte hace justo dieciocho años, en otra
tragedia terrible y simple como son todas estas tragedias tremendas del mar.
Javel el
mayor, era entonces patrón de un pesquero de arrastre.
El pesquero
de arrastre es el barco de pesca por excelencia. Sólido, no teme ningún mal
tiempo, de casco redondo, remonta incesante sobre las olas como un corcho,
siempre fuera del agua, siempre azotado por los vientos duros y salados del
Canal de la Mancha, brega la mar, infatigable, la vela colmada, arrastra por su
costado una gran red de arrastre que raspa el fondo del océano despegando y
pescando todos los animales dormidos en las rocas, los peces planos pegados en
la arena, los corpulentos cangrejos con sus pinzas ganchudas, y las langostas
con sus antenas puntiagudas.
Cuando la
brisa está suave y la ola pequeña, el barco se pone a pescar. Su red está
fija en todo su largo a una gran percha de madera guarnecida con hierro que
dejándola descender al movimiento de dos cabos que se deslizan sobre dos poleas
en los dos extremos de la embarcación. Y el barco, derivando por el viento y la
corriente, tira de este aparejo que saquea y devasta las profundidades del mar.
Javel tenía abordo a su hermano más joven, cuatro hombres y un grumete. Había
zarpado de Boulogne en un bonito día despejado para calar la red.
Muy pronto el
viento aumentó, y una borrasca obligó al pesquero a correr el temporal.
Alcanzó las costas de Inglaterra, pero la mar tempestuosa rompía contra los
acantilados y golpeaba contra la tierra, haciendo imposible la entrada a los
puertos. El pequeño barco regresó a alta mar y volvió a las costas de
Francia. La tempestad continuaba haciendo infranqueables los muelles, llenando
de espuma, de ruido y peligro todos los accesos a los refugios.
El pesquero volvió nuevamente remontando la cresta de las olas, sacudido,
agitado, chorreando, golpeado por las masas de agua, pero gallardo a pesar de
todo; acostumbrado a estos malos tiempos que a veces lo tenían cinco o seis
días errando entre los dos países vecinos sin poder recalar ni en uno ni en
otro.
Por fin el huracán se calmó cuando se encontraban en alta mar, y aunque la
marejada era fuerte el capitán dio órdenes de calar la red.
Así, el gran
aparejo de pesca fue pasado sobre la borda, y dos hombres en la proa y dos en la
popa comenzaron a lascar sobre los motones los cabos que lo sostenían. De
repente tocó fondo, pero una ola grande escoró el barco, y Javel el menor, que
se encontraba en la proa y dirigía la maniobra de cala, se tambaleó, y su
brazo quedó atrapado entre el cabo que por un instante aflojó por la sacudida
y la cajera donde se deslizaba. Hizo un esfuerzo desesperado para levantar el
cabo con la otra mano, pero la red ya arrastraba y el cabo tensado no cedió
nada.
El hombre
crispado por el dolor llamó. Todos corrieron en su ayuda. Su hermano dejó el
timón. Se lanzaron sobre el cabo, intentando librar el brazo que estaba
triturando. Fue en vano. ¾Debemos cortar -dijo un marinero, y tomó de su
bolsillo un gran cuchillo que podía en dos golpes, salvar el brazo del joven
Javel.
Pero cortar era perder la red, y esta red valía dinero, demasiado dinero, mil
quinientos francos; Y pertenecía a Javel el mayor que era muy cuidadoso de su
propiedad.
Gritó, con el corazón atormentado: -No, no corte, espere, yo voy a orzar. Y
corrió al puente cerrando toda la caña del timón a una banda.
El barco no
obedeció nada, paralizado por la red que lo inmovilizaba y empujado además por
la fuerza de la marejada y el viento.
Javel el
menor, se había dejado caer en sus rodillas, los dientes apretados, los ojos
angustiados. No dijo nada. Su hermano regresó, temiendo aún el cuchillo de un
marinero: -Espere, espere, no corte, echaremos el ancla.
El ancla fue
fondeada dando toda la cadena, luego se empezó a virar el cabrestante para
aflojar las amarras de la red. Cedieron finalmente y liberaron el brazo inerte,
bajo la manga de lana ensangrentada.
Javel el
joven parecía idiotizado. Le quitaron su camisa y vieron una cosa horrorosa,
una masa de carne donde la sangre brotaba a chorros que uno diría era impulsada
por una bomba. Entonces el hombre miró su brazo y murmuró: -Jodió.
Luego, como
la hemorragia hacía una poza sobre la cubierta del barco, uno de los marineros
gritó: -Se desangrará, debemos ligar la vena.
Entonces
tomaron un cordel, un grueso cordel negro y embreado, y envolviendo el brazo
sobre la herida, apretaron con toda su fuerza. Los chorros de sangre
disminuyeron poco a poco y finalmente cesaron totalmente.
Javel el
joven se paró, su brazo colgaba a su lado. Lo tomó con su otra mano, lo
levantó, lo giró, lo sacudió. Estaba todo destrozado, los huesos quebrados,
los músculos solamente retenían este pedazo de su cuerpo. Lo miraba con ojos
tristes, reflexivamente. Se sentó en una vela plegada y sus camaradas le
aconsejaron que mojara constantemente la herida para impedir el mal negro.
Pusieron un
balde con agua a su lado, y de tiempo en tiempo sumergía un vaso en él y
bañaba la horrible herida, dejando caer sobre ella un chorrito de agua clara.
-Estarías
mejor abajo -le dijo su hermano. Bajó, pero al cabo de una hora volvió, no se
sentía bien solo. Y, además prefería el aire fresco. Él se sentó sobre su
vela y recomenzó a bañar su brazo.
La pesca era
buena. Los grandes peces con sus panzas blancas yacían a su lado, sacudidos por
los espasmos de la muerte; los miraba sin cesar de mojar sus carnes trituradas.
Cuando
estaban por volver a Boulogne un nuevo ventarrón se desató, y el pequeño
barco reasumió su rumbo alocado, brincando y dando volteretas, sacudiendo al
triste hombre herido.
Vino la
noche. El tiempo estuvo malo hasta la aurora. Cuando el sol salió, se veía
nuevamente la costa de Inglaterra, pero como la mar estaba mas calma, volvieron
hacia la costa francesa ciñendo.
Hacia la
tarde Javel el menor, llamó a sus camaradas y les mostró unas manchas negras,
toda una asquerosa apariencia de pudrimiento sobre la porción del brazo que ya
no se sostenía a él.
Los marineros
lo examinaban, mientras daban su opinión.
-Eso podría
ser la Negra, pensó uno.
-Debe ponerlo
en agua salada, declaró otro.
Trajeron
entonces un poco de agua salada y la vertieron en la herida. El herido se puso
lívido, rechinó los dientes y se retorció un poco, pero no gritó.
Luego cuando
el escozor se hubo calmado: -Dame tu cuchillo -le dijo a su hermano:
El hermano le
ofreció su cuchillo.
-Sostenme el
brazo en el aire, derecho, tíralo hacia arriba.
Se hizo lo
que pidió.
Entonces se
puso a cortar a si mismo. Cortaba suavemente, cuidadosamente, rebanando los
últimos tendones con la hoja afilada como una navaja de afeitar; Y pronto no
tuvo más que un muñón. Dio un profundo suspiro y dijo:
-Era necesario. Estaba hecho mierda.
Parecía
aliviado y respiraba con fuerza. Comenzó de nuevo a verter el agua en el
muñón de brazo que le quedaba.
La noche
estaba mala aún y no podían recalar.
Cuando
amaneció, Javel el menor, tomó su brazo cortado y lo examinó durante largo
rato. La gangrena estaba declarada. Sus camaradas vinieron también a examinarlo
y lo pasaron de mano en mano, lo tantearon, lo dieron vueltas, lo olfatearon.
Su hermano le
dijo: -debes tirar eso al mar inmediatamente.
Pero Javel el
menor se enojó.
-¡Oh, no! ¡Oh,
no! Yo no quiero. Es mío, ¿no es verdad? Es mi brazo.
Lo tomó y lo
puso entre sus piernas.
Se pudrirá,
dijo al hermano mayor. Entonces una idea sobrevino al herido. Para conservar los
pescados cuando se estaba largo tiempo en la mar, se les amontonaba en barriles
con sal.
Preguntó: -¿No
se pudrirá si lo pongo en salmuera?.
-Es verdad -exclamaron
los otros.
Entonces
vaciaron uno de los barriles que estaba lleno de la pesca de los últimos días;
Y al fondo del barril pusieron el brazo. Lo cubrieron con sal, y luego volvieron
a reponer uno por uno los pescados.
Uno de los
marineros dijo como broma: -Espero que no lo vendamos en la subasta.
Todo el mundo
se rió, excepto los dos Javel.
El viento
soplaba aún. Bordearon a la vista de Boulogne hasta la mañana siguiente a las
diez. El herido continuó sin cesar vertiendo agua sobre su herida. De vez en
cuando se levantaba y caminaba de un extremo al otro del barco.
Su hermano
que estaba en la caña lo seguía con la mirada, y movía su cabeza.
Por fin
entraron a puerto.
El doctor
examinó la herida y la encontró en buenas condiciones. Hizo una completa
curación y ordenó reposo. Pero Javel no quería acostarse sin haber recuperado
su brazo, y volvió rápidamente al puerto para buscar el barril que había
marcado con una cruz.
Se vació
ante su presencia y recuperó su brazo, bien conservado en la salmuera, arrugado
y frío. Lo envolvió en una toalla que había traído para este propósito y lo
llevó a su casa.
Su esposa y
niños examinaron largamente este resto del padre, tantearon los dedos, quitaron
los granos de sal que estaban bajo las uñas. Después se hizo venir el
carpintero para un pequeño ataúd.
Al día
siguiente toda la tripulación del pesquero siguió el funeral del brazo
cortado. Los dos hermanos, lado a lado, encabezaban el cortejo; el sacristán de
la parroquia llevaba el cadáver bajo su axila.
Javel el
menor, dejó de navegar. Obtuvo un modesto empleo en el puerto, y cuando hablaba
más tarde de su accidente, confidenciaba muy bajo a su interlocutor:
-Si mi
hermano hubiera querido cortar la red, yo tendría aún mi brazo, por seguro.
Pero él sólo consideró su propiedad."
Traducción de Marcos P. Concha.
Viña del Mar (Chile). Enero 2002
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